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Eugenia Martínez de Irujo / Duquesa de Montoro: «He encontrado mi lugar en el mundo»

Eugenia ha ilustrado el libro de relatos infantiles «¿Te puedo leer un ratito?» para aportar fondos a la Fundación Pequeño Deseo. Su precio: 15 euros. Disponible en la sede de la Fundación. Teléfono: 915 741 234
Eugenia ha ilustrado el libro de relatos infantiles «¿Te puedo leer un ratito?» para aportar fondos a la Fundación Pequeño Deseo. Su precio: 15 euros. Disponible en la sede de la Fundación. Teléfono: 915 741 234larazon

Una varita mágica bañada en purpurina. Una calculadora para echar cuentas, porque hacer realidad los sueños cuesta lo suyo. Unas cajas de cartón donde se apilan alguna que otra esperanza. Es lo primero que uno ve al entrar en la Fundación Pequeño Deseo. Y al fondo, frente al ordenador, Eugenia. Cuando se asocia su nombre a esta entidad que cada año permite que unos 350 niños que pasan por un tratamiento médico severo puedan sonreír al conocer a Shakira, al viajar a Disneyland o al montarse en un sidecar, no se crean que ella simplemente muestra su sonrisa en un «photocall» solidario. No. Eugenia Martínez de Irujo se sienta cada día frente al teclado, con el teléfono a un lado realizando gestiones y con un pie en el hospital visitando a los chavales, a los que busca hacerles olvidar, por unos instantes, el vía crucis que viven.

–Cuando uno se enfrenta a realidades tan complicadas, ¿no le queda una sensación agridulce de que se podría hacer todavía más?
–Siempre sobrevuela esa idea, pero precisamente por eso trabajamos, para llegar a más niños, cuantos más, mejor. De momento, hacemos lo que podemos, trabajamos a nivel nacional con todos los hospitales infantiles de nuestro país.

–¿Qué sensación queda cuando se ven los deseos cumplidos?
–Es una satisfacción que llena tanto... Se les transforman las caritas, es un subidón y una inyección de moral para ellos tremenda frente a unos tratamientos largos y duros. Y eso es lo que hace que no te importe echar las horas que hagan falta o perder el sueño. Por los niños, hago lo que sea.

–Por ejemplo, vencer su timidez.
–Así es. Pero también es cierto que en cuanto planteas para qué es, la gente se vuelca y se implica muchísimo.

–¿Se ha encontrado con algún niño que haya perdido las ganas de desear?
–No, por muy enfermos que estén, siempre se ilusionan con algo. Está claro que si les pillas en pleno ciclo no tienen ganas de hablar ese día, pero durante la siguiente visita expresan lo que quieren. Además, siempre contamos con el equipo médico, que tiene la primera y la última palabra en todo el proceso.

–¿Cuál es la más gorda que han liado para un chaval?
–Recuerdo con especial cariño a uno que quería ser príncipe por un día, montando en un coche de caballos en un palacio. Y la verdad es que en el Palacio Real se volcaron y lo hicieron posible: con la carroza preparada, la corte vestida de gala, lo pasearon por los jardines...

–Cuando, lamentablemente, uno de los chicos fallece tras un deseo, ¿se genera frustración?
–No, porque en el fondo han vivido y han sido felices en ese momento. Pero es cierto que, si te has implicado mucho, te quedas fatal tú. Nos ha pasado el hecho de haber cumplido un sueño una tarde y ese mismo día irse ese pequeño. Aun así, siempre merece la pena. La rabia es cuando llegas tarde con el deseo.

–¿Ha encontrado su verdadera vocación en la Fundación?
–Estoy enganchadísima. Se podría decir que he encontrado mi lugar en el mundo, he crecido muchísimo gracias a ellos, me lo han dado todo. Entré por casualidad porque un amigo me contó un deseo y me gustó tanto que cuando volví de unas vacaciones de verano quedé con Cristina, la directora, y, al día siguiente, fuimos a un hospital. Así comenzó todo, hace cinco años, hasta hoy. Además, al moverme con facilidad entre Madrid y Barcelona, me permite combinarlo con mi trabajo en Tous, que también me fascina. Disfruto con el diseño, pero no se puede comparar una cosa con otra.

–Estamos en Navidad. Escriba la carta a los Reyes Magos...
–¿Y me lo vas a dar?

–Pedid y se os dará... ¿Qué necesita la Fundación?
–Tal y como están las cosas, que aquellas empresas y personas anónimas que nos ayudan se mantengan. No tenemos ningún tipo de ayuda estatal y eso se nota, por lo que cualquier ayuda económica que recibamos siempre es bien recibida, teniendo en cuenta que además la mayor parte de los que estamos aquí, somos voluntarios.

–Pero, ¿sigue escribiendo la carta a Sus Majestades?
–Hace tiempo que no, pero sí que ayudo a mi hija con la suya, aunque ya con doce años... De todas maneras, te diré que no soy muy fan de la Navidad. Hace mucho que no las disfruto como cuando era pequeña. Además, no me gusta celebrarlas como tal. Más bien todo lo contrario, que pasen cuanto antes. Suelo buscar sitios donde no note mucho que es Navidad.

–Pero deseos tendrá...
–Sí, pero no los cuento porque no se cumplen. Soy muy supersticiosa para eso, especialmente con lo que tiene que ver con lo profesional.

–¿Y para su hija? ¿Le gustaría que la molestaran menos los paparazzi?
–Ella es feliz, es una niña muy alegre, y, por suerte, está estudiando fuera ahora. Lo que más me importa no es que tapen una cara a la hora de publicar una foto, lo que realmente me preocupa es lo que el niño vive día a día porque absorben absolutamente todo. Está claro que seguirte a las ocho de la mañana para ver cómo dejas a tu hija en el colegio, carece de interés, lo veo un poco absurdo, pero eso es lo que hay…

 

«Veo a mi madre fenomenal»
–¿Se ha acordado de los niños de la Fundación cuando pasó la varicela?
–Mucho, porque al estar enfermo, se te viene el mundo encima y piensas: «En el fondo, soy un bebé». Sin embargo, lo mío no fue nada al lado de la realidad a la que ellos se tienen que enfrentar. Te das cuenta de la importancia que tiene la salud. Fueron 20 días eternos, entre los siete que pasé en el hospital y los que sufrí luego en casa.

–Además, dicen que una varicela de adulto es realmente grave.
–Y sufrirlo en primera persona, horrible. No se trata de ninguna tontería, pero dentro de lo que cabe, fue sólo un susto.

–Además, se perdió la boda de su madre.
–Por lo menos, no hubo dudas de por qué no asistí. Esa mañana recuerdo que llamé el médico y me dijo: «Ven y te vemos». Y yo me encontraba tan mal que les pedí ingresar porque no podía con mi alma. Así pasé una semana dopada, con goteo de todo tipo.

–¡Menudo susto para su madre!
–¡Pobre! Se lo dije el día antes porque ya estaba con fiebre

.–Pasadas la varicela y la boda, ¿la ve feliz?
–Sí, y cuando está con Alfonso, la encuentro fenomenal.