Museo del Prado
Entre lo sagrado y lo profano
ROMA- Imitó a la naturaleza, como recomendaban los tratados renacentistas, y la superó, pero no sólo con el pincel, también con la imaginación. A Rafael no le bastaba copiar lo que encontraba en los modelos reales, tangibles. Él pintaba lo que veía en su cabeza, desafiando las normas establecidas, revolucionando el arte. Desde ese espacio personal, surgió el rostro inventado de la joven que preside «El triunfo de la galatea», el fresco de la Villa Farnesina, como Ernst H. Gombrich explica en su célebre «Historia del arte». El especialista cuenta cómo el «urbinate» seguía algunas ideas vagas, interiores, que conservaba y que no sabía de dónde procedían. Una intuición de una mujer primera e ideal que perfilaba con el dibujo. Nadie, hasta ese momento, se había atrevido a apartar la naturaleza del lienzo o el muro para moldear o apuntar rasgos que únicamente existían en sus sueños. Él fue el primero. Rafael proyectó sus habilidades en géneros distantes, apartados, como el retrato y la escena, demostrando una inquietud latente, omnívora. Se movió entre lo sagrado y lo profano. Acometió piezas religiosas, como «La Spasimo de Sicilia», de El Prado; «Santa Cecilia», que conserva la Pinacoteca Nazionale de Bolonia o el «San Miguel», del Louvre –todas se podrán contemplar en la muestra–. Pero, también, y con igual genialidad, el retrato, a los que dotó de realismo y hondura psicológica, como atestiguan «El cardenal Bernardo Dovizi da Bibbiena», del Palazzo Pitti, y «Baldassare Castiglione», también presentes en la exposición.
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