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Profundísimos por Marta Robles

La Razón
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Últimamente, servidora, que sigue más el fútbol por obligación que por devoción, –en una casa llena de chicos o sigues el fútbol o te marginan sin piedad–, anda apasionada con los culebrones de los banquillos... Desconcentrados debieron jugar los futbolistas del Sporting y el Sevilla mientras los aficionados seguían el duelo al sol de sus entrenadores, Clemente y Míchel, cuyo origen se remonta al Pleistoceno Superior, a cuando Clemente era entrenador de la Selección y apartó al entonces futbolista blanco de un plumazo. Y más que desconcentrados, y con la camiseta de «defiendo a Mourinho» o «defiendo a Pep», en vez de la de sus propios equipos, deben andar los jugadores del Real Madrid y el Barça, cuyos entrenadores andan mandándose simpáticos mensajitos. El último, ya lo saben, el de «todos somos iguales» de «Mou», con contestación de Pep «de igual lo será tu abuela». Bueno, no fue eso exactamente... Pero más o menos. El primero se alegró de que el segundo se quejara de los comportamientos de los árbitros, cosa que suele hacer él habitualmente, con palabras, digamos, poco suaves, y dijo lo de: «Al final todos somos iguales»; y el segundo contestó que serán iguales en querer ganar, pero que si él se había comportado como «Mou» debía revisar su comportamiento.

Dirán ustedes que, para no ser aficionada, presto mucha atención a los discursos de los entrenadores, pero es que, oigan, ¡son tan interesantes y profundos! Se lo comento siempre a mi marido. «Cariño, ¡qué discursos más profundos! Tienen, por lo menos, la profundidad de un hoyo de golf...».