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La imparable invasión roja por Alfonso Merlos
Hay algo que China no deja de cacarear a pesar de su carácter manifiestamente falso, y es que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Lo acaba de hacer, hace apenas unas horas, para defender la reclusión del Nobel Liu Xiaobo. El régimen comunista, sin embargo, ni se engola ni se ufana por su expansionismo económico, a pesar de que le sobran motivos para hacerlo y de que, esencialmente, sí que encontramos aquí un hecho determinante y estratégico que va a marcar la remodelación de la Sociedad Internacional en la segunda década del siglo XXI.
La decisión de invertir del orden de 300.000 millones de dólares en Europa y EE UU a través de dos elefantiásicos fondos de inversión certifica la evolución imparable de un titán económico que no conoce todavía los límites de su crecimiento. Y sobre todo, revela el crescendo de un actor que está explotando la debilidad y los achaques financieros de Washington y Bruselas, incapaces de salir, siquiera psicológicamente, del atolladero del estancamiento.
Ya hay informes del Fondo Monetario Internacional que vaticinan que el PIB de Pekín será el primero del mundo en 2016. Quizá lo sea antes. O después, si las bondades del capitalismo rojo se tornan en escollos, y la falta de libertades y el desigual reparto de la riqueza se convierten en la propia tumba de quienes ahora van, más que lanzados, desbocados. Hay un proverbio asiático que reza que el agua que hace flotar el barco es la misma que puede hundirlo. Predíquese de los mareantes montones de papel con los que estos extravagantes socialistas están cada día inundando los mercados.
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