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Imitemos a Dios por Santiago Martín
Para la mayoría, las buenas noticias están relacionadas con la salud, el dinero, el éxito o el afecto de las personas a las que ellos aman. La felicidad, supuestamente, sólo puede existir cuando se poseen todas esas cosas o, al menos, cuando se posee en grado suficiente la mayoría de ellas. Quizá por eso hay tan poca gente feliz y casi todos pasan la vida quejándose por lo que no tienen, por lo que les va mal, sin darse cuenta de que al hacerlo están dejando de percibir y disfrutar lo que sí tienen, lo que les va bien. Tagore lo dijo de esta forma tan hermosa: «Si lloras porque se ha ido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas».
La Navidad pone las cosas en su sitio. Es decir, pone el amor en el lugar que le corresponde, en el primer lugar. Pero no sólo el amor recibido, o que se aspira a recibir, sino el amor que se da, el amor que sale de uno mismo. El Niño de Belén –y su Santísima Madre y el buen San José– nos están diciendo que, a pesar de su precariedad y su pobreza, eran felices porque se querían y porque querían a los demás. La felicidad está en dar más que en recibir. Ése es el mensaje de Jesús, que empezó por amarnos él primero para que, apoyándonos en Él, hagamos nosotros lo mismo. Dios te ama. Imítale.
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