Murcia
Cultos de cargo por Miguel Ángel HERNÁNDEZ
A mediados del siglo pasado, algunos antropólogos advirtieron la presencia, en el Pacífico Sur, de una serie de ritos basados en el culto al hombre blanco y a la tecnología moderna. Tras los primeros contactos con la civilización occidental, los habitantes de ciertas regiones de Nueva Guinea comenzaron a creer en la existencia de una especie de maná divino que era traído por dioses y mensajeros, que venían en barcos y aviones. La base de estos «cultos de cargo» era la incomprensión por parte de los nativos de la manera en la que se reparte la riqueza en el mundo capitalista, es decir, la imposibilidad de responder a la pregunta de por qué hay ricos y pobres, por qué unos tienen acceso a esas mercancías y otros, trabajando igual o más, no. En su célebre Vacas, cerdos, guerras y brujas, el antropólogo Marvin Harris relata cómo uno de los profetas del cargo fue conducido a las ciudades occidentales para que viese con sus propios ojos de dónde surgían las mercancías. Lo llevaron a fábricas de cerveza, a hangares de reparación de aviones y a otros lugares de producción con la intención de mostrarle que todo aquello que creía mítico y divino en realidad provenía de fuerzas reales y materiales. Lo curioso del caso es que no lograron a convencerlo, sino todo lo contrario. El profeta no podía comprender por qué aquella riqueza no estaba distribuida igual entre todos. Sin duda, tenía que ser por alguna razón sobrenatural, porque, en una lógica no contaminada por el sistema, era imposible que algunos sin trabajar pudieran tener todo el cargo que quisieran, y otros, trabajando duro, apenas pudieran disfrutar de ese maná. Hoy, en pleno siglo XXI, yo también sigo sin comprender cómo funciona la cosa.
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