España

Desánimo colectivo

La Razón
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El desánimo es «quitar la fuerza o la vida a algo, dejar de lado el anhelo por lograr algo, dejar de esforzarse». El desánimo genera un estado negativo, en el que la visión de la vida se tiñe de un intenso color negro. El gran problema es que se inocula de forma inconsciente, y es muy contagioso, siendo muy alto el riesgo de que el desanimado con el que compartimos nuestra vida, en cualquiera de sus facetas, hogar, trabajo, vida social o política, logre convencernos de su manera de ver la vida. En nuestro país el desánimo cunde por doquier, envolviendo el pesimismo toda la actividad, invadiéndonos con un halo de amargura. La desilusión y la tristeza se apoderan de cualquier ambiente. En este estado de cosas, es muy difícil alcanzar la sensación de optimismo; en estos momentos lo que mejor se sabe hacer en España es estar preparado para lo peor, y así es muy difícil superar las adversidades y los avatares del presente. Si se habla con empresarios trasmiten las tremendas dificultades por las que están atravesando, sobre todo las empresas que sobreviven en el maltrecho mercado español, la inmensa mayoría. Estamos a punto de afrontar una huelga general, lo cual nos induce a pensar que las aguas en medios sindicales, tampoco están tranquilas, aunque lo difícil es saber contra quién se hace la huelga. La función pública está no sólo desanimada, se encuentra en uno de los peores momentos de su historia, fuerte rebaja de sueldos, desprestigio social, etc. En este ambiente de generalizado pesimismo es en el que la Justicia y su organización están afrontando uno de los mayores cambios en la historia de la gestión; para ello no sólo se requieren instrumentos legislativos adecuados, impulso político, etc.; se requiere una fuerte implicación de todos los actores de la misma, y los momentos son difíciles. En el cuerpo judicial, a la rebaja de sueldos y al aumento del esfuerzo fiscal, se le une una pésima valoración social de su trabajo y una correlativa mala imagen de la justicia. Los funcionarios se encuentran ante un maremágnum de reformas y nuevos modelos de trabajo, en medio de la también dolorosa rebaja salarial; los colaboradores de la justicia, abogados, procuradores, etc. se encuentran inmersos en la crisis económica, afectando también a sus ingresos. El panorama no es bueno, al contrario; pero lo peor ya no es que el desánimo cunda de la forma que lo está haciendo, lo peor no es la adversidad en sí misma, porque de cada situación negativa, cuando se supera, se sale reforzado, lo peor es el estado de indolencia que se está extendiendo, la falta de ganas de luchar, de cambiar las cosas. En momentos así, no es conveniente echar más leña al fuego, poner más palos en las ruedas, experimentar con reformas legislativas que generen división y contradicción; en resumen no es el momento de aventuras y encima dividir el tendido. En un momento como el actual, cargado de desánimo, frustración y pesimismo, se debe trabajar en sentido contrario, se debe generar optimismo, pero no un optimismo mentiroso y compulsivo, donde se niega la realidad; hace falta un optimismo realista y serio, basado en el trabajo, el esfuerzo y la inteligencia; negar la realidad suele conducir al desastre, porque no se hace nada por cambiar las cosas y cuando se hace, es tan tarde, que apenas sirve para nada. La justicia no está ahora para reformas legislativas no consensuadas y para experimentos irreflexivos. En el seno de cualquier profesión relacionada con la justicia cunde el malestar y la resignación, policías y guardias civiles por un lado, notarios y registradores por otro, todo ello unido al grado de desvalor social en el que se ejerce la justicia, hace que la situación sea agónica. No se le puede meter más presión al sistema, al revés, se debe descomprimir, se debe recuperar la senda del consenso y de la responsabilidad, se debe trabajar para devolver la confianza en los profesionales a los ciudadanos; huir hacia delante tratando de imputar el estado de las cosas a los que trabajan en este mundo, como en cualquier otro, es simplemente suicida; el grado de permeabilidad de la mentira en la sociedad es prácticamente inexistente. No es el momento de cuartear el gobierno del Poder Judicial para darle satisfacción a intereses, que siendo legítimos, no son los de la mayoría, y no olvidemos que el buen gobierno lo ha de ser precisamente para la generalidad. Tampoco estamos para alentar cuitas y guerras personales, so pretexto de estar reparando situaciones injustas generadas en el pasado; el esfuerzo debe estar guiado a evitar que se reproduzcan en el presente y en el futuro, y sobre todo valorar lo que se tiene, fortalecerlo y confiar en la sociedad. La responsabilidad no está reñida con el optimismo, pero sí con la falta de liderazgo.