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Tolstoi el dragón que fue niño por Francisco NIEVA

La Razón
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Como jovencito repipi me gustaba tratar con viejos intelectuales, amigos de mi padre, para que me descubrieran libros raros o poco conocidos, y que me explicasen de qué trataban y por qué les atribuían un gran valor. Era un buenísimo sistema porque ellos se quedaban un tanto sorprendidos y parecían agradecerme esa pregunta. Se les iluminaba el rostro, sonreían y confesaban con ardor el efecto que les causaron en su juventud o más tarde.

Hoy estoy yo en la misma situación que aquellos individuos y puedo recomendar esa joyas secretas y decir por qué me hicieron tanta mella. Uno de estos es «Recuerdos de infancia y juventud», de León Tolstoi. Claro está, después de haberme enterado bien de quién era ese monstruo efusivo y tremendo de narrativa universal. Porque Tolstoi fue un tío raro a perder de vista, y yo llegué a enterarme en caliente, por reportajes de la época, de su extravagante y evangélico final, que fue «tirarse al camino», en hábito de mujic, para morir como un mendigo en el banco de una estación. Pues bien: ese magno dragón literario escribió al final de su vida ese libro conmovedor sobre el dulce encanto de la niñez. Tiene música de «caja de música». Resucita momentos de la vida eslava en una familia de nobles propietarios y nos sumerge en la primavera de Yásnaya Poliana, su casa madre, y nos hace ver qué clase de niño exquisito, tierno y sensible fue aquel tremebundo narrador, que en «La sonata a Kreutzer» mató con refinado ensañamiento a su propia mujer. Idealmente, ya se sabe, pero muy capaz de ser un asesino de género y disculpar con sus razones a tan abominable cuadrilla de matadores. Su mujer hubo de copiar y poner en limpio varias veces aquella novela. Y, herida en lo vivo, se las arregló para darle celos y motivos para matarla de verdad. Aquel asesino de un gran talento es ese niño conmovedor que terminaría muriendo, después de una vida de tormento y gloria, en el banco de una estación. Busque ese libro, léanlo antes de visitar «Yásnaya Poliana», y guardarán una feliz memoria de esta aventura intelectual.


Francisco Nieva, de la Real Academia Española