Literatura

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Sagrado y tribal por Diego GÁNDARA

La Razón
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«Sólo estoy seguro de una cosa con respecto a la poesía de Nicanor Parra en este siglo: pervivirá», dijo Roberto Bolaño. No se equivocó. Que este galardón haya sido otorgado a este inmenso poeta chileno es un síntoma de la buena salud de la poesía. O mejor la antipoesía. Porque celebrar la obra de este poeta/antipoeta que se reconoce como un «hombre como todos», cuyo lenguaje se distingue por ser una manera lúcida y lúdica de expresar la vida cotidiana, es reconocer la originalidad de una obra que ha surgido desde lo más profundo. Parra, desde que se dio a conocer con «Poemas y antipoemas», cambió el destino de la poesía latinoamericana. Sus expresiones coloquiales, que persiguen la desmitificación del yo como el rechazo de la poesía altiva, «de gafas oscuras y sombrero alón», mostraron que podía hacerse una poesía que no fuera hecha por ratones de biblioteca, sino por escritores que exaltaran el colorido del habla cotidiana. Como señaló Julio Ortega, «la antipoesía es el más vivo y permanente documento de la capacidad de sobrevivencia del sujeto hispanoamericano en esta modernidad desigual.» Parra se ha valido de otros discursos para descorrer el velo del sinsentido que subyace en las cosas para decir cómo son. Eso sí: apoyado sobre la irreverencia de humor sobrio y contradictorio: «Digo las cosas tales como son / o lo sabemos todo de antemano / o no sabremos nunca absolutamente nada / Lo único que nos está permitido / es aprender a hablar correctamente.» Su influencia no ha sido tanto una señal de estilo, sino una actitud de despojo hacia la palabra. Su antipoesía, con su épica individualista, su afán iconoclasta y su narratividad mundana, han hecho que la poesía recuperara su estatuto sagrado y tribal, esa capacidad del lenguaje para congregarse en la dispersión.

Diego Gándara