Artistas
Cadáveres a mano
Es difícil explicar lo que siente un hombre en el momento en el que decide suicidarse. Lo fácil es censurar su actitud o aplaudirla, y en ambos casos probablemente se actúe con lamentable ligereza, tanto los que consideran cobarde al suicida, como quienes en su descargo aducen que se necesita mucho arrojo para quitarse la vida. La del suicidio es una tentación recurrente en mi vida y por más que he reflexionado sobre esa inclinación, la verdad es que no sabría explicar con precisión qué clase de extraña expectativa despierta la muerte en alguien que toma la firme decisión de buscarla. Desde luego es difícil explicar el suicidio como el horrible resultado contradictorio de una decisión inteligente y personalmente creo que a punto de matarse, el suicida hace un intento desesperado por reunir la lucidez que le sirva de excusa para no patear la banqueta y morir colgado. Yo no tengo muy claras las emociones que me arrastran a morir, ni la manera en la que encuentro las excusas para no hacerlo, pero creo que el hombre que se obsesiona con la idea de matarse encuentra por lo general a última hora un motivo para obcecarse con la idea de sobrevivir, lo que explica que tanta gente sobreviva a su tentativa de privarse de la vida. A lo mejor es que hay en la tentativa un inefable y doloroso placer que el suicida sabe que jamás encontrará en la consumación. Yo nunca tuve claros los motivos por los que a veces creo necesario quitarme del medio y sin embargo me atrae la idea de probar el sabor de la muerte como si fuese el comienzo de una especie de afición a la horrible y estupefaciente desgracia de morir. A lo mejor es que soy un suicida experimental, un tipo que tiene de la vida la idea de que su cadáver lleva tiempo ahí y que sólo es cuestión de pasar a hacerse cargo de él y retirarlo, como si en su existencia la vida fuese una simple excursión, y la muerte, el equipaje. En una ocasión me paré a pensar en el suicidio y decidí que en el caso de no acertar a ejecutarlo, frente a la sociedad no me quedaría otra alternativa que reconocer mi cobardía, aunque luego tuve un atisbo de lucidez y pensé que los rumores sobre los motivos de mi suicidio llenarían de inexactitudes mi recuerdo y en el obituario alguien a mala leche pondría mal mis apellidos. Me dijo de madrugada un suicida inteligente: «Yo estaba decidido a morir pero mi chica me dijo que mi muerte destrozaría para siempre su vida. No sabía si morir, como había previsto, o acceder a su ruego de que no me matase. Lo resolví pensando que una solución intermedia sería la de armarme de valor y salirme con la suya».
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