Sevilla

Fue una renovadora Demetrio FERNÁNDEZ

La Razón
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Continuidad o ruptura. Son las claves para interpretar el Concilio Vaticano II. Renovarse asumiendo toda la riqueza del pasado o empezar una etapa nueva, olvidando todo lo pasado. La ruptura con la tradición ha traído muchos males a la Iglesia, pero especialmente en la vida consagrada. Hacerlo todo nuevo, reinventar el carisma, refundarse. Por ese camino, muchas congregaciones van camino de la extinción.
La Iglesia beatificó ayer en Sevilla a la Madre María de la Purísima, una chica del barrio de Salamanca de Madrid que atraída por Jesucristo y su Evangelio se hizo pobre como Cristo, para servir a sus hermanos los pobres con amor. Hermana de la Cruz, de las que fundó Santa Ángela de la Cruz, fue superiora general de la Congregación. Murió en 1998, casi anteayer. Su proceso de beatificación ha sido fulminante.
La beata María de la Purísima tuvo que afrontar la renovación del Concilio, y lo hizo desde la fidelidad al carisma fundacional y a la fundadora, en comunión con los pastores de la Iglesia y sin rupturas con el pasado. Para ella el Concilio fue una inyección de vida, un estímulo a la santidad, una ocasión para amar más a la Iglesia, no un pretexto para tirar por la borda tanta riqueza acumulada. Esto dio fruto en ella y en la congregación, repleta de nuevas vocaciones.
¿Por qué esta Congregación no ha dejado de tener un noviciado repleto de jóvenes –a pesar de la crisis vocacional–,que quieren vivir el Evangelio al estilo de Santa Ángela de la Cruz? Porque la Madre María de la Purísima ha renovado la congregación en clave de continuidad, no de ruptura. Éste es el mensaje de la nueva beata.


Demetrio FERNÁNDEZ. Obispo de Córdoba