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Parábola de Juan Nadie

La Razón
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Como suele, el destino se presentó de manera fortuita y obligó a Zapatero a nacer como presidente. En el estupor de aquellos días de marzo, con la necesidad de agarrar una esperanza, se pensó que su personalidad (ingrávida, feliz, equívoca, pueril) y su cuerpo presidencial de sietemesino acabarían por hornearse en La Moncloa, a la vista de todos. Los optimistas, como los padres primerizos que insisten en construir a un «nadal» hipotecándose en profesores de tenis, creyeron que era cuestión de entrenamiento y oportunidades. Pero, la superación del amateurismo no se basa exclusivamente en el entrenamiento: hace falta madera, metal; en voz flamenca, «lo que es, es y lo que no es, no es». Y así acumulamos años de agravios, torpezas, pasos en falso y libros contables que sangran, gobernados por un presidente que ni estaba preparado para serlo ni en su pobre, y ahora carcomido, juego de virtudes reunía condiciones para plantarle cara al porvenir. Las trazas del personaje se idearon con la misma urgencia que las del Juan Nadie de Barbara Stanwick. Aquella periodista de la película de Frank Capra que, para salvar su puesto de trabajo y a la desesperada, inventó a un tipo simple, noble, capaz de subirse a una cornisa por una buena causa. Con la necesidad de encarnar estas enternecedoras simplezas, ella encontró en la calle a su Juan Nadie (Gary Cooper, un ex jugador de béisbol arruinado); nosotros tuvimos que conformarnos con Zapatero.