Historia
Reventar el claxon
La Historia, ese «hotel-biblioteca» para difuntos inmortales, se reserva el derecho de admisión de los héroes, pero el pueblo ha elegido antes quienes fueron los suyos. La estampa canónica del héroe es la del militar en la batalla, pero aquí, los nuestros, han llevado en las manos los mapas de los descubridores, el hábito fray Bartolomé de las Casas, la picardía de Manuela Malasaña o los guantes de Pedro Carrasco que, como el equipo de Del Bosque, entró en nuestras casas con sigilo y nos atracó sentimentalmente. El Olimpo que podemos ofrecerles es el de la memoria, fugaz entre los siglos como la intensa alegría de un español y está hecho de los destellos de las antenas de televisión que ayer retransmitieron una gesta desde el otro Mundo. En palabras de Cervantes, «nosotros somos gentes de barrio» y por eso nuestros héroes han dejado la armadura y van en calzonas y con mangas cortas. Lo son porque traen la cabeza de carnero que les pedimos: un triunfo estelar, la pócima sin fórmula de la alegría, un día que venciera al almanaque. En «Vida de este capitán», Alonso de Contreras, que combatió en Flandes, aclara: «Una caravana no simboliza ni representa cosa alguna. Nuestro error consiste en pensar que va hacia alguna parte o viene de otra. La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Siempre será así, pero lo ignoran los caravaneros». Anoche salimos de caravana y reventamos el claxon.
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