Irán

«Nader y simin una separación»: Todos somos culpables

Direc ción y guión: Asghar Farhadi. Fotografía: Mahmood Kalari. Intérpretes: Leila Hatami, Peyman Moadi, Shahab Hosseini, Sareh Bayat. Irán, 2011. Duración: 123 min. Drama.

«Nader y simin, una separación»: Todos somos culpables
«Nader y simin, una separación»: Todos somos culpableslarazon

Si Fritz Lang hubiera dirigido esta película, habría hecho hincapié en la ambigüedad moral de sus personajes. Si Jean Renoir hubiera dirigido esta película, habría demostrado que todos ellos tienen sus razones para actuar del modo en que lo hacen. Si Otto Preminger hubiera dirigido esta película, los habría mirado desde una presunta objetividad, intentando que todos los elementos de juicio estuvieran en primer plano, ofreciéndole al espectador la oportunidad de interpretarlos a su antojo. La magnífica película de Asghar Farhadi funde estas tres perspectivas en una sola: construye el edificio de un thriller judicial sobre las bases de un melodrama familiar que muda de piel a cada cambio de plano, desmontando sin descanso los mecanismos de identificación del espectador; procura que todos sus personajes tengan espacio y tiempo para explicarse, o para que los entendamos; y expone las dificultades que tiene comportarse según una ética individual sin que ninguna esté por encima de las demás, optando por un austero naturalismo que bien podría confundirse con una siniestra, pesimista objetividad.
El rosario de desastres que desencadena la separación de Nader y Simin no sólo revela el reverso oscuro de los actos cotidianos y la maldad inconsciente que encierran las mentiras que decimos para salvarnos sino también la fuerza oculta de la lucha de clases en la sociedad iraní y el control de un patriarcado que, obstinado, sigue queriendo silenciar la voluntad de las mujeres. Menos alegórica que «A propósito de Elly», «Nader y Simir, una separación» no subraya sus denuncias, porque a Farhadi le interesa más lo universal que lo particular. En cada recoveco narrativo, hay un dilema moral que da un giro radical al relato, y al final sólo hay un personaje –el de la hija afectada por la violenta separación de sus padres– realmente puro, una mirada sabia que cuenta con toda la información necesaria para llegar a la conclusión de que, en esta fábula ejemplar, todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario.