Castilla y León
OPINIÓN: A J Gutiérrez Román
En tu último poemario, distinguido con el Adonais, he espigado plegarias que puede rezar el que cree y el que no. Chejov, en uno de sus cuentos, sugería que también pueden rezar los que no creen y hallar consuelo. Entre tus versos a mí me gusta repetir aquellos en los que nos invitas a dar gracias «por habernos dado la oportunidad/de perder algo/a nosotros/que nada tenemos/y nada nos pertenece».
El sentimiento de la pérdida convertido en ofrenda, la pérdida transformada en dádiva: he aquí el milagro de la poesía, que convoca aun a quienes la fe separa. La poesía, recitada en público, conserva algo del rito en el que nació cuando aun era plegaria. Por eso es la poesía, de algún modo, liturgia secular en la que podemos sentir, no obstante, el pálpito de una presencia sacra.
No es casual que en algunas bodas se lean versos «profanos», como si las lecturas que el ritual propone nos hablasen de nuestras vidas menos que los versos de un poeta como tú, tan joven y prometedor. Las lecturas sagradas nos hablan en un lenguaje que no todos comprendemos. Tus versos son, en cambio, como los de Blas de Otero, «para la inmensa mayoría». Con la suavidad, eso sí, que tu espíritu castellano imprime en las palabras, iniciándonos en la plegaria sin arrancarnos de la prosa cotidiana. Tu poesía es toda una plegaria «al dios de la vida». Leída en Silos, resuena en el universo.
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