España

El dedo de Draghi por Ángela Vallvey

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando hace unos días estábamos a punto de irnos a la porra (aunque a ver qué día no estamos a punto de irnos a la porra), cuando la desconfianza hacia España –o sea, la prima de riesgo– crecía desbocada, salió Mario Draghi, levantó un dedo, y los mercados volvieron al redil. Cuatro palabras del italiano, el jefe del BCE, y el Mar Rojo de nuestra miserable economía se abrió para que los indigentes del euro pudiésemos avanzar un pasito más. Mar adentro, claro, pero avanzar al fin. Cuando el sabio señala a la Luna, el tonto mira el dedo. Cuando Draghi señala a la prima de riesgo, yo sólo veo el dedo de Draghi, que me pone cantidad. Antiguamente, los emperadores romanos con sólo levantar un dedo condenaban a la muerte, o «condenaban» a la vida, al pobre desgraciado de turno que se debatía en la arena frente a las fieras o el bestia del gladiador. En nuestro calumniado siglo XXI, cuando el emperador de la maquinilla de los euros levanta el dedo, al resto del mundo se le levanta también. El ánimo. Por lo menos a mí.

Pero hete aquí que después de la demostración digital draghiana, llega Jens Weldmann, que reina sobre el Bundesbank –o sea: sobre el mundo y su satélite, y parte del sistema solar–, y dice que «este cuento se acabó, de lo nuestro cruz y raya», y que para dedo el suyo. Y yo considero que los mortales vivimos bajo el caudillaje de una considerable densidad de pulgares importantes. Y que no nos chupamos tanto el dedo como para no verlo. Que de seguir así, le vamos a perder el respeto al dinero (si hay alguien que se lo tiene, todavía). Y mi pregunta es: «Dios mío, ¿en qué dedos estamos?».