Educación

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La Razón
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Una médico catalana declaraba recientemente, con ocasión de las protestas, que a ella y a sus colegas los tenían atrapados por el lado de la ética profesional. Una limpiadora, un oficinista o un controlador aéreo (sic), pueden hacer huelga. La médico y sus colegas, no. Los profesores madrileños de enseñanza media, en cambio, no padecen este problema. Ellos, como a su vez ha declarado estos días alguno de sus representantes sindicales, son trabajadores como los demás, como un oficinista o una limpiadora, cabe añadir... La enseñanza y la medicina son profesiones que suponen un saber especial en campos particularmente delicados, como son el dolor, la vida, la muerte, la transmisión del saber y la formación del carácter. Hasta hace poco tiempo, ser médico o ser profesor significaba asumir una responsabilidad mayor de la que es común. Y requería una actitud en cierto sentido ejemplarizante. El médico, que tiene la llave de la salud de los demás, merecía un respeto añadido, como lo tenía el profesor, que debía inculcar a sus estudiantes una actitud de superación y de respeto al saber y a la experiencia. En el campo educativo, las leyes de los últimos cuarenta años han ido encaminadas a dinamitar esos principios básicos que otorgaban al profesor su relevancia, su autoridad. Parece que en la medicina ha ocurrido algo parecido. Hoy el trabajo está cumplido. Una de las cosas que las huelgas de estos días ponen de relieve es el estado moral de estos profesionales que ya no se sienten superiores, que no quieren serlo ni quieren servir de modelo para nadie y en cambio están deseosos de que los traten como ellos creen que debe ser tratada la mano de obra barata, sin dignidad. Los franceses hablan de la «nostalgie de la boue», la nostalgia del lodo, para significar esta actitud. Habrá que inventar algo parecido en castellano.