Polonia
«No paséis de largo ante el sufrimiento»
La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) vivió ayer uno de sus grandes momentos con el Vía Crucis que recorrió las calles de Madrid recordando la Pasión y Muerte de Cristo. Desde la Plaza de Cibeles y hasta la de Colón, la cruz de la JMJ fue recorriendo las distintas estaciones a lo largo del Paseo de Recoletos, y fue portada a hombros por distintos grupos de jóvenes. Fue un evento emotivo y nunca visto hasta ahora, pues en cada una de las catorce paradas del Vía Crucis se mostraba un paso de imaginería española de Semana Santa.
Tanto para Benedicto XVI como para los millones de personas que siguieron la ceremonia en Madrid o a través de la televisión, se trató de un gozo espiritual y artístico. Nunca antes estas obras habían sido expuestas de manera conjunta e incluso algunas de ellas, como el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, conocido como el de los legionarios, jamás habían salido de su lugar de origen. Las esculturas de maestros como Francisco Salzillo o Gregorio Fernández, o el mismo Cristo de Medinaceli lucieron y apasionaron bajo las últimas luces del día de este agosto madrileño.
Benedicto XVI destacó la «piedad y fervor» con que se celebró el Vía Crucis, subrayando cómo había ayudado en el itinerario hacia el Calvario «la contemplación de estas extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis españolas». «Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión», afirmó.
Volviendo a la importancia de acercarse a la religión a través de la belleza, un argumento al que ha dedicado ya dos encuentros con grupos de artistas, el Papa señaló que cuando la mirada de la fe «es limpia y auténtica», la belleza «se pone a su servicio y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación, hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón». Un gran ejemplo de ello es Santa Teresa de Jesús, la gran mística española, quien experimentó con fuerza este proceso «al contemplar una imagen de Cristo muy llagado».
«Sobre nuestros hombros»
El Pontífice recordó uno de los sentimientos inmediatos que provoca en los católicos el Vía Crucis: «Nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes». Dirigiéndose a los cientos de miles de jóvenes que habían seguido el discurrir de la Cruz de la JMJ a lo largo de las catorce estaciones, les instó a que «estén cerca de los menos favorecidos». «Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos». Luego subrayó cuáles son las mejores capacidades de los jóvenes: su habilidad para amar y para compadecerse. «Sufrir con el otro, por los otros, por amor de la verdad y de la justicia y a causa del amor son elementos fundamentales de la humanidad», dijo el Pontífice a los jóvenes. No eran palabras nuevas, pues pertenecen a su segunda encíclica, «Spe Salvi», pero al pronunciarlas en el Vía Crucis de la JMJ mostraba su voluntad por ganarse el corazón y las mentes de los jóvenes católicos.
«Icono del amor supremo»
Al final de su discurso, Benedicto XVI volvió al tema del amor, básico para la juventud, para recordar que la cruz es el «icono del amor supremo». Ésta no fue «el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida». En los cinco párrafos de su texto el Papa había desplegado una hoja de ruta para orientar a los jóvenes que han perdido la fe y para guiar a aquellos que desean vivir con plenitud su condición de católicos.
La música que sonó invitando al recogimiento y los vídeos proyectados crearon una atmósfera especial en toda la zona donde discurrió el Vía Crucis. Éstos recordaron a las víctimas del terrorismo o a las de terremotos como el de Haití. También hubo un vídeo de homenaje a los judíos que perecieron en el campo de refugiados nazi de Auschwitz, el cual fue visitado por Benedicto XVI en 2006 durante su viaje a Polonia.
Los textos leídos en cada una de las catorce estaciones del Vía Crucis recordaron la Pasión y Muerte de Cristo, así como algunos de los grandes problemas que sufren hoy el mundo, la Iglesia y los jóvenes. Se oró primero para que cese la persecución religiosa, por las víctimas inocentes de las guerras y por la defensa de la vida humana en todo su recorrido, desde su inicio hasta su «término natural». Como no podía ser de otra manera en un país en la situación de España, también hubo palabras de ánimo para los que sufren el desempleo y se ven abocados a la marginalidad y pobreza. El racismo, los abusos sexuales, la dureza de la inmigración y la «esclavitud» de las drogas y el alcohol también tuvieron un hueco en la oración del Vía Crucis.
Porteadores de los cinco continentes
La Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud fue llevada a hombros por jóvenes provenientes de los cinco continentes. Los porteadores fueron cambiando en las estaciones, estando relacionadas sus vivencias personales con el texto que se leía en cada una de las catorce paradas de la cruz. Empezó el Vía Crucis con un grupo de jóvenes de Tierra Santa formado por palestinos, sirios y jordanos. Tras ellos, les tocó el turno de cargar con el madero a varios iraquíes. Su país es un gran foco de preocupación para Benedicto XVI por la persecución a los cristianos. También fueron porteadores jóvenes españoles, madrileños de nacimiento o por inmigración, africanos que han sufrido guerras y, entre otros, voluntarios que trabajan con enfermos de sida.
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