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Visitaciones de Europa

La Razón
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Lo que ha de decirse es que España está en Europa, cuando en buena parte y desde un punto de vista cultural, Europa ya no es Europa, o no está en Europa. Me parece que no será muy extraño decir que España se incorporó a la Europa política –cualquiera que sea su entidad, que no parece gran cosa– como los países del Tercer Mundo se incorporan a la democracia, cuando esta forma de gobierno ya tampoco significa poco más que algo puramente formal. Y, en cualquier caso, lo que ha de decirse es que España está en Europa, cuando en buena parte y desde un punto de vista cultural, Europa ya no es Europa, o no está en Europa. Hasta hace unos años Europa sí era Europa y sí estaba en Europa, aunque Jorge Santayana pensara que peligraba enormemente ante la civilización anglosajona, que con su total superioridad en el aspecto material y práctico, frente a la vieja civilización europea, se haría con el liderazgo político del mundo y una situación de privilegio en el plano económico. Pero, pese a lo comercial y práctica y hasta tecnológica que se ha vuelto, no parece difícil percatarnos de que no sólo en este plano, sino en el cultural, Europa no es capaz de enfrentarse a sus propios y serios asuntos y hasta parece en vísperas de su desaparición, si hacemos simplemente cuenta de la mera demografía. Y podemos recordar que al caer Roma, ya no había muchos romanos: esto es, gentes que tuvieran por ejemplo sus bisabuelos romanos enterrados en el espacio propiamente romano y se hubieran empapado de pensares, sentires y hábitos romanos. Lo que a lo mejor debía resultar algo preocupante ante todo el aparato teórico y práctico que la famosa civilización occidental ha producido para su suicidio.

Y a España le ha ocurrido lo que a toda Europa; es decir, que ambas han subido ya a lomos no de un dios en forma de toro, sino de un cohete espacial, pura sofisticación tecnológica y puramente virtual. ¿Y no se sabe hacia dónde? Eso ya se verá, aunque no es obligatorio desposar las muy serias previsiones de Herman Hesse, que creía que toda la conciencia que quedaría de un «yo» sería no la del piloto, sino la de la carcasa de ese cohete espacial, que puede actuar siniestras decisiones sin rostro, simple actuación de posibilidades técnicas sin significado ni sentido. ¿Cómo no recordar, entonces, a la vista de todo esto, el otro gran «encuentro», entre España y Europa, el otro «acompasamiento» de España a Europa, o «visitación» de Europa a España, a finales del XV? Porque España fue siempre Europa, como es obvio, y aquí están el «municipium» y la «universitas», el «ius romanum», los monjes de Cluny y los logros artísticos del románico, el gótico, el renacimiento y el barroco; pero también están la sinagoga y la mezquita, la «yeshiva» o escuela judía, que lleva «el rabí de los mochachos», y la escuela islámica, en la que las muchachas pueden aligerarse de la «salamilla» a causa del calor de mayo o junio, cuando ya hay días con un sol de justicia. Pero Europa no sabe nada de esto. En España no hay «ghettos», por lo demás, y la guerra contra moros, como explica muy bien el Infante don Juan Manuel, no la habría «nin por ley nin por secta», sólo la hay por defender un territorio invadido, nada de teologías. Extrañada y perpleja o maravillada estuvo mucho tiempo Europa realmente ante la singular España, pero la idea política de unitarismo ideológico, cuajó en las élites dirigentes españolas, una vez que vieron avalados sus intereses económicos, y España se configuró a la europea. Y claro está que hubo otras «visitaciones de Europa» bien distintas. Podríamos pensar, sin más, en el erasmismo, que tan extraordinariamente zarandeó a nuestras élites pensantes, o en la precaria manera de nuestra Ilustración. Pero, ahora, es más que una visita la que Europa nos hace, o más que un acompañamiento que nosotros la hacemos, aceptando un común destino a la deriva, cansados de ser lo que hemos sido y fascinados por una especie de instinto de almoneda y cierre.