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Corre corre El dopaje mancha el deporte español
Nadie sabe, nadie ha visto nada. Se podría decir que nadie ha hecho nada malo y que los positivos en el deporte son hechos puntuales producidos por una intoxicación general, quizá por un filete o por, como aseguró un atleta estadounidense, hacer mucho el amor durante la noche anterior
Sin embargo, en la Blume, la residencia de deportistas de Madrid, el ambiente de esta semana ha sido extraño y muchos han visto confirmadas las sospechas que durante tanto habían tenido. Algunos compañeros desaparecían durante pequeñas concentraciones y luego hacían sus mejores marcas. O el cambio de esa atleta que un día dejó a su médico y se marchó «con los del ciclismo».
El médico del ciclismo es Eufemiano Fuentes, ginecólogo y ahora médico de cabecera en Canarias. Cobra poco más de 2.000 euros mensuales en su actividad diaria. Bastante menos que en su otra actividad, la de tratar a deportistas, ver hasta dónde llegan sus límites y, si puede ser, superarlos. Fuentes fue un médico habitual en el deporte, que llegó al atletismo en los años 80 de la mano de Manuel Pascua para cambiar la dinámica y los tratamientos médicos.
Hacer del burro un caballo
Era un moderno, un adelantado. Cuando le echaron de la Federación de Atletismo en 1988, se cambió al ciclismo. Allí, al fichar por el equipo Amaya ya tenía aprendida la lección, los eufemismos de Eufemiano: «Cuando llegué aquí me encontré con un grupo sin ambición. Los corredores creían que eran incapaces de competir con los de los equipos grandes. Mi trabajo ha sido psicológico. Logré convencerles de que podían estar con los mejores. Evidentemente, de un burro no vas a hacer un caballo de carreras», declaraba el doctor en los periódicos de la época.
«Pero él sí quería hacer un caballo de un burro», explica ahora el ex velocista Ángel Heras, que se enfrentó a los métodos de Eufemiano y Pascua en los años ochenta, cuando ambos eran los médicos oficiales de la Federación. Él y otros cuantos atletas hicieron una circular para protestar. Estaban hartos de las extrañas prácticas de ambos, esos métodos revolucionarios con los que pretendían equiparar a los atletas españoles con el de los países del este.
«Yo estaba harto de competir con farmacias y no con atletas», cuenta un ex deportista. «Había habitaciones que olían a farmacia». Eufemiano Fuentes era entonces un atleta sin futuro que también estudiaba medicina. Empezaba a entender que si hubiese aprendido antes sus asignaturas, mejor le hubiese ido como atleta. Le preguntamos a alguien que le conoció en esa época si le sorprende lo que sucede.
–«¿Y qué si me sorprende?»
–«Pero ¿le sorprende?»
–«...Prefiero no contestar».
Otro atleta responde por él: «Respecto a los que se dopan hay un telón de acero. Nadie te va a contar nada». Han pasado más de veinte años, pero hoy sucede lo mismo, sólo que Fuentes ya no está dentro del sistema. El ex velocista Ángel Heras cuenta su caso, tan similar a los actuales: entrenaba, competía todos los días, iba haciendo marcas, se sacrificaba y luego se encontraba con compañeros que decían: «Hoy no voy a correr». Ellos apenas disputaban un par de competiciones al año, pero conseguían las mejores marcas y eran los que se llevaban las becas.
Como sucede ahora. «Nos decían –continúa Heras– que estaba controlado, que no nos preocupáramos. Nos sometieron a sus planes de ayudas biológicas. Los controles antidóping los hacía la propia Federación. Además ellos sabían hasta qué tope era positivo y jugaban continuamente con ese límite. Te llevaban hasta ahí».
Tenían métodos nuevos, sorprendentes, revolucionarios, en realidad. «Me acuerdo –cuenta Miguel Ángel Lindoso, atleta en aquellos tiempos– de que tenía que correr y me dolía la garganta. Fuentes me dio vitamina C, pero en vez de dármelo oral, me lo dio intravenoso, para curarme antes. También es verdad que la gente te veía desayunar con dos o tres pastillas, pero eran vitaminas, siempre legal. Yo pedía el prospecto y siempre me lo daban, sin problemas».
Crearon escuela en España, enseñaron que la ciencia ayuda en las marcas. Eran magos, genios y ahora se le mira con suspicacia. «Ya sabemos que no todo el mundo llega. Y la gente busca un atajo. No tienen claro su nivel en el deporte y tampoco tienen una ética definida», asegura Pablo Cabeza, entrenador de atletas de triatlón y de ciclistas.
Sólo se valora el éxito
El problema está en la educación, dicen. «A mi consulta ha llegado gente con su hijo y así, medio en broma, medio en serio, te dicen que a su hijo, al que ven con posibilidades, hay que convertirlo en un Indurain–cuenta el doctor Joseba Barrón–. Los padres le compran la bicicleta de 6.000 euros. Depositan en él todas sus esperanzas y él siente una responsabilidad que es difícil de parar».
Luego es posible que llegue a un equipo, como ha sucedido a un ciclista, le ofrezcan un contrato de dos años y, nada más firmar, le digan que tiene que probar algunas sustancias. Este ciclista se negó. Acabó su contrato, le echaron y después nadie le quería fichar. «Sabemos que en el ciclismo el dopaje también se extiende en categorías inferiores», asegura un doctor deportivo.
Un ciclista, un atleta, hasta un ajedrecista pueden sentirse tentados. Son los deportes individuales los que más cerca están del «dóping» y llega un momento en la vida del atleta que tiene que decidir. Lo contaba el español Sergio Sánchez: «Recibo varias ofertas de médicos que no me inspiraban mucha confianza. Cuando un médico se te acerca y antes de empezar a tratarte te realiza esta serie de preguntas: ‘‘¿Has consumido anabolizantes? ¿Has consumido EPO? ¿Has consumido hormona de crecimiento? ¿Has consumido IGF?''. Si a todo le respondes que no, puede acontecer dos cosas: 1) No cree que hayas llegado a ese nivel sin consumir nada, y decide no tratarte. 2) El propio médico se percata de que eres un diamante en bruto, y te dice... ‘‘chaval, tienes un margen de mejora espectacular; con estas cosas que te voy a dar vas a estallar''. Ahí tienes que tener la cabeza fría y mirar atrás. Ver la progresión de tus tres últimos años sin recurrir a eso».
Sacrificios
Tras el caso de Marta Domínguez los atletas se han dividido en dos. Los que callan y lo que firman manifiestos a favor de un deporte limpio. Pero aun así tampoco han visto nada. No saben y no quieren dar su nombre. Casi todos son gente formada, que tienen sus estudios o su carrera y viven de eso o de su beca ADO. Entrenan siete días a las semana y otros tres por la tarde, doble sesión. «Ser deportista exige sacrificios, no es fácil irte a casa los fines de semana cuando la gente sigue de fiesta, tienes que descansar, cuidar tu alimentación. Pero quiero pensar que se puede llegar a competir sin dopaje», cuenta una atleta, que habla sin problemas, pero que luego llama y dice que prefiere no dar su nombre. «Claro que hay rumores, se oyen cosas, se dicen, pero no hay pruebas y tú no lo puedes saber. Sí que había rumores sobre Pascua, está claro».
Tampoco había que ser un lince para sospechar. «¿Qué será del atleta dentro de cuarenta años? ¿Se morirá antes? No lo sé, ni lo sabe nadie. No es mi problema, de todas formas. Los atletas están voluntariamente en este deporte. Los miedosos tienen que marcharse fuera. Cuando se intenta atacar el Everest, o batir un récord de automovilismo de Fórmula 1, no se pregunta uno por la muerte; sí se pregunta uno por el éxito. Es bueno lo que tiene éxito; por tanto, es malo todo lo demás», escribió Pascua hace veinte años. Fue expulsado de la Federación y volvió tiempo después, como si se hubiese reformado.
El mayor problema del dopaje es que va más rápido que la ley, «la Policía –dice un atleta– siempre va detrás del ladrón». Y en el deporte es evidente. Todos los atletas presumen de haber pasado los controles antidopaje. «Y los superan», cuenta el doctor Pedro Manonelles, «porque cuando son sometidos a un control contra el dopaje, ya no tienen nada en el cuerpo. La EPO, por ejemplo, desaparece en 6 horas, y las transfusiones de sangre son imposibles de cazar ahora mismo».
Ya no son las anfetaminas con las que los deportistas aumentaban su capacidad y su riesgo hace años; ahora los métodos son más sofisticados, el dopaje es la tecnología que más avanza: EPO, THG, tranfusiones. «No todas ponen en peligro la vida de los atletas. Por ejemplo, las cantidades de EPO son tan pequeñas que apenas tienen consecuencias. Más peligrosas son las transfusiones de sangre: se puede infectar, pueden equivocarse, pueden pasar muchas cosas», cuenta Manonelles.
El doctor asegura que a los atletas hay que cuidarles con vitaminas y alimentación adecuada: hidratos, proteínas, hierro, que consumen mucho, o calcio para lo jóvenes. El buen médico sabe qué dar al atleta para que su recuperación sea mejor. «Porque–añade– el deporte de alta competición es malo para la salud».
Los genios eran tramposos
Juan Manuel de Hoz era el presidente de la Federación Española de Atletismo y, con él al mando, Manuel Pascua tuvo el poder como técnico. Es un clásico del atletismo español a sus más de 70 años y con un sombrero característico. Los atletas le buscaban porque con sus duros entrenamientos lograba exprimir a los deportistas y sacar lo mejor de ellos. Algunos aseguran que no tomaron nada, pero que con Pascua alcanzaron resultados que no obtenían con otros.
Fue él quien llevó a Eufemiano Fuentes a la dirección médica del atletismo. Ambos se propusieron revolucionar el deporte español y sacarlo de la penumbra, las decepciones y los pobres resultados. La evolución del atletismo ha sido evidente. No se sabe si por ellos o a pesar de ellos.
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