Turquía

El juego turco

La Razón
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¿Hacia dónde va Turquía? Hasta hace pocos años, casi nadie dudaba de su vocación occidental ni de los fundamentos laicos de su sistema político. Durante mucho tiempo ha sido un aliado clave para la OTAN y un candidato serio a incorporarse algún día a la Unión Europea. La democracia liberal, aunque fuera imperfecta, parecía que funcionaba en una sociedad de mayoría musulmana. La crisis económica y financiera de 2001 empezó a superarse gracias a las reformas contundentes que puso en marcha Kemal Dervis, bajo el primer ministro Bulent Ecevit. Al año siguiente ganó por primera vez las elecciones el partido islamista AKP, que mantuvo ese programa de reformas. El éxito económico de Turquía ha sido impresionante desde entonces. Y los electores turcos han renovado su confianza en el partido que lidera Erdogan. Los partidos laicos tradicionales se desfondaron en 2002 y dejaron el campo político abierto a los islamistas. El Gobierno de Ankara está emitiendo señales políticas muy preocupantes. En el interior, Erdogan parece empeñado en promover una islamización creciente de la sociedad y en socavar las bases laicas del sistema político. En el exterior, Turquía quiere desempeñar el papel de liderazgo en el mundo árabe y musulmán. Su alejamiento de Occidente y de Europa parece evidente. Todo esto tiene un coste. Las buenas relaciones con Israel se han deteriorado hasta niveles preocupantes. Ha habido un punto de provocación y populismo. El último viaje del primer ministro Erdogan a Egipto confirma esa aspiración a ejercer un papel predominante en la región, a costa de renunciar a buena parte de su vocación occidental. El éxito económico turco es un modelo para muchos países árabes. Pero tensar la cuerda con Israel, la única democracia de la región, es un juego peligroso que puede traer consecuencias indeseables para todos.