Cambios en el PP

A tres metros del poder

La Razón
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Los partidos tienen cuatro estados de ánimo: estar en el poder, fuera del poder, a punto de cogerlo o a punto de soltarlo. Y cada uno de ellos genera un cuadro de depresión o alborozo. El de la felicidad más desbordada es el tercero. Es decir, cuando, sin tener el peso de la gobernanza, uno sabe que tocar bola es cuestión de meses. Esta fase es parecida a la de la primera semana de enamoramiento: uno no duerme, no come, se le disparan las pulsaciones, la adrenalina y hasta engordan los ganglios de las axilas y de las ingles.
En la política también se produce este fogonazo de pólvora, este momento dulce. Lo está viviendo Rajoy, pese a que en el atril siga la estrategia de Del Bosque de mantenerse a cero grados –ni frío ni calor– justo cuando el balón se cuela por la escuadra del contrario. Realmente no es ninguna estrategia. Rajoy es así, flemático. Y lo bueno es que al partido ahora le gusta la flema de Rajoy.
Los cambios en los partidos son curiosos. Cuando Rajoy estaba en la segunda fase, es decir, fuera del poder y sin tabaco, los propios dirigentes del PP le censuraban por tener motor diésel, por no atajar las actitudes levantiscas de algunos, por no mediar en el matrimonio a la italiana de Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre... Por todo. Rajoy, en definitiva, no era el hombre al que encomendar la difícil misión de devolver al PP a Moncloa. Ahora las cosas han cambiado. Si para algo sirve una Convención es para tomarle el pulso a los delegados mientras se relajan en el desayuno o mientras vuelcan la tónica en los dados de ginebra. Lo del gin-tonic dicho sin segundas porque es conocido que políticos y periodistas somos «prospensos» –que diría aquél– a «gintonear» de madrugada. Pues a lo que íbamos. Rajoy no es que tuviera motor diésel, es que es un hombre que sabe «manejar los tiempos». Manejar los tiempos, ¡cuánto se ha escuchado esta frase por debajo de la mesa en la Convención! Tampoco resulta ahora que pecara el gallego por dejar hacer y dejar pasar mientras los díscolos flirteaban, es que su flexible autoridad...
Rajoy es el ejemplo de que a tres metros del poder no hay crisis que valga. Todo el partido está con el enamoramiento adolescente, con las ingles hinchadas. Y él sigue siendo el mismo, el dirigente del PP que se encerró en un círculo para no salir del centro. Ése ha sido el defecto para algunos y desde luego su gran virtud. Arenas apostó por él cuando no era caballo ganador, cuando hay que hacer las apuestas.