Hollywood
Un perfecto sinvergüenza por Jorge BERLANGA
En sus últimos tiempos, Curtis se había convertido en una especie de entrañable y algodonosa pepona que se resistía a abandonar sus aires de antiguo seductor. Con una carrera ya limitada a papelitos en TV movies y homenajes con pago incluido, se reía un poco de sí mismo tanto como de su categoría de estrella de Hollywood. Quizá se podía así aceptar como broma de memoria senil cuando afirmó que había mantenido un apasionado romance con Marilyn durante el rodaje de «Con faldas y a lo loco», cuando es archisabido que se detestaban y que sobre la célebre escena del beso en el yate y las gafas empañadas, que Wilder tuvo que repetir decenas de veces, el actor comentó posteriormente: «Fue como besar a Hitler». En realidad, los recuerdos de Curtis podían resultar equívocos, al igual que su propia figura como sex-symbol. Se le ha querido presentar como el típico homosexual que se casa muchas veces, o por el contrario un infatigable Casanova. Puede que simplemente gustara a todo el mundo. Desde el icono gay en su juventud, ligero de ropa y a gusto de los aficionados a las películas de romanos, el chaval de largas pestañas de «Espartaco», o el cuerpo fibroso de «Trapecio», al encantador golfo de sus años de esplendor en la comedia de los 50 y 60. Curtis era el pícaro galán metido siempre en negocios turbios, rodeado de señoritas estupendas y ejerciendo de sinvergüenza hasta que alguna de ellas se lo acababa llevando al huerto. Su talento cómico eclipsó a sus dotes más dramáticas, de las que hizo asomo en alguna ocasión, como en «El estrangulador de Boston» o «El último magnate». Pero su imagen será siempre la del simpático agraciado soltando un guiño al espectador, o caminando dificultosamente con tacones por el andén de una estación. El rey de un humor atribulado con fondo de armario. Aunque para algunos su mejor obra acabó siendo su hija, la impagable Jamie Lee Curtis.
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