Acoso sexual
Las vidas robadas por Francisco Pérez Abellán
El 10 de junio de 1991, una niña de once años, Jaycee Dugard, fue secuestrada en California, EE UU, cuando iba a la escuela. Estuvo retenida durante 18 años. Su secuestrador, un pederasta de 60 años, Phillip Garrido, y su esposa Nancy, abusaron de ella durante todo ese tiempo, la convirtieron en esclava sexual y la hicieron dar a luz a dos niñas.
El sexagenario pederasta se pasó hasta los casi ochenta años burlando a la ley, la Policía y a todos cuantos buscaron a Jaycee durante casi dos décadas. Finalmente, y por agotamiento biológico, el malhechor se volvió imprudente y descuidado, y Jaycee pudo volver a casa. ¿Puede haber algo similar entre los 12.000 desaparecidos inquietantes que se calculan en España?
La Razón se adelantaba el pasado 31 de julio a dar noticia del quinto aniversario de la desaparición de la niña española Sara Morales, en Las Palmas de Gran Canaria. La pequeña, de 14 años, desapareció cuando se dirigía a un centro comercial el 30 de julio de 2006. La información del periódico dice que un grupo de ocho agentes están encargados de su búsqueda. Para los componentes de esta indagación, el misterio de Sara se ha convertido en un «reto personal». El funcionario que hace declaraciones es el inspector jefe de Homicidios del Cuerpo Nacional de Policía de las Palmas, César Fernández, quien afirma que las relaciones con la familia de la desaparecida se han estrechado hasta el punto de que habla con la madre de la joven, Nieves, cada quince días, y queda con ella para tomar café. La actitud de Nieves empuja y anima a los agentes a seguir buscando.
El hecho de que sea un inspector de homicidios el que busque a una niña desaparecida sobre la que no hay ni la menor idea de lo que ha podido pasar, indica a las claras que no hay un grupo de desaparecidos.
En España no se busca a los desaparecidos, sino que se espera a que lleguen indicios, pistas, claves que se faciliten desde fuera para entonces actuar. Es decir, que no se vive en una actitud continua de salir en busca de quien no ha vuelto a casa. Ese espíritu de flojera política, debe cambiar mediante un impulso nuevo, dotado económicamente y con gente al frente, conocedora de la dificultad de la tarea y dispuesta a avanzar en la misma. Nadie vio a Jaycee Dugard mientras era raptada por dos desconocidos que se la llevaron en un coche. En 18 años de encierro nadie la dio por muerta, ni la encontró. Ahora ha escrito su experiencia en el libro «Una vida robada».
110 niños raptados en EE UU
Cada año, según el Gobierno norteamericano, que sí facilita datos, al menos 110 niños son raptados por personas que abusan de ellos. Leyendo el libro de la niña entenderemos por qué no se atrevió a huir y cómo el delincuente fue ahormando su voluntad a sus necesidades.
Hay un aspecto especialmente morboso en la complicidad de la mujer del pederasta y en la incapacidad de las autoridades para perseverar en el rastreo de la niña.
Phillip Garrido era ya un violador condenado por la ley que aplicó métodos brutales como dejar a la pequeña sin ropa, atada con esposas y sin permitir que atendiera a su higiene. Garrido agredía a Jaycee drogado con metanfentamina y marihuana y la sometía a violaciones que duraban horas. Garrido le contaba que tenía un problema sexual y que la forma de evitar que atacara a otras niñas era complacerlo.
Jaycee fue sometida a sesiones con disfraces y asistió a visionado de películas porno. La visión del mundo que transmitía Garrido era la de una sociedad habitada por pederastas y violadores en la que su familia la había olvidado. Jaycee colaboró con sus raptores hasta que la presencia de sus hijas nacidas en el encierro llamaron la atención de la Policía al ser vistas acompañadas por un pederasta convicto, Phillip Garrido, que fue descubierto y condenado a 436 años de cárcel.
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