Cataluña

Sigamos hablando de historia por Enrique Morera Guajardo

La Razón
La RazónLa Razón

Convergencia ha logrado descolocar hasta a sus socios de Unió. No me creo que sólo sea una añagaza electoralista. Los malabarismos de Duran deben tener un límite. Por favor, que rompa cuanto antes. Cataluña y España necesitan otra opción y ha llegado el momento de que Unió adopte una posición clara, contundente e irreversible. Unió no puede seguir con este compañero de viaje. Ya que la ruptura se vislumbra, atención al momento que se elija. Podría ser demasiado tarde. El tsunami secesionista, del que Unió es también responsable, puede ahogarles, o con la ola, o con su resaca. Ahora, cuando se ponen de manifiesto las contradicciones, el «soufflé» se va deshinchando y Madrid no ha caído en la provocación, se llega a la barbaridad de solicitar votos prestados a fin de obtener una presunta legitimidad ¡para despreciar a la Constitución y a los tribunales! Esto sólo se puede frenar desde el propio epicentro del tsunami. La responsabilidad de Duran Lleida es máxima. Esperemos por el bien de todos que su casta política se ponga de manifiesto más pronto que tarde. Las elecciones del próximo 25, tal como se pretendía, y pase lo que pase, ya han dividido a los catalanes y nos alejan más de España. Son un primer plebiscito encubierto. Hace escasos días el aprendiz de profeta, que además amenaza con romper las Tablas de la Ley, osaba decir que se jugaba el tipo con las elecciones, cuando sabe que o la liaba de esta manera, o debía sacrificar su futuro político (ver artículo del 11 de octubre). Excesivo para él. La verdad fuera de España, aquí ya cuesta, nadie se creerá que se pueda jugar así con el destino de millones de personas. ¡Pero es verdad! La reacción de Madrid está siendo mesurada, pero hay que pensar en el día después. Costará, y mucho, eliminar la ponzoña deliberadamente inyectada. Toda la clase política está siguiendo el juego al aprendiz de Moisés. ¡Cuidado, mucho cuidado! La mejora del sistema de financiación autonómico ha de ser general y no puede venir determinada, ni en cuanto al momento ni en cuanto a su alcance, por el chantaje. Si así fuera, volveríamos a la temporalidad de la solución. En cuanto no conviniese a los «señores» del Principado, se produciría otro órdago. El contagio estaría garantizado a otros territorios. Ningún momento ni justificación mejor que la propia crisis para la revisión del sistema, pero hay que evitar que ello sea un éxito de la extorsión. En democracia el modo y la forma resultan básicos; el fin no justifica los medios. Un Estado no puede legitimar una forma de hacer que (i) desconoce, un día sí y otro no, la legalidad, y, lo que es más importante, (ii) que ha dejado al margen los intereses generales de España y el de los propios catalanes por simple conveniencia electoral envuelta en ancestrales agravios y en presuntos derechos históricos. ¡Qué espectáculo estamos dando al mundo en el peor momento de nuestra historia reciente! ¡Qué bochorno!

Dejando a un lado la rabiosa actualidad, resulta imprescindible desautorizar cualquier conjetura de legitimidad al demagógico planteamiento secesionista que pretende apoyarse en la «viga maestra» de la historia, como antecedente necesario para sostener un presunto derecho a la autodeterminación secesionista. Ello obliga a seguir refrescando la memoria. Sigamos en el retroceso histórico que inicié semanas atrás.
El 10 de marzo de 1885 se le entrega a Alfonso XII el «Memorial de Greuges» o la «Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña», redactado por Valentí Almirall. En él podemos leer: «No tenemos, Señor, la pretensión de debilitar, ni mucho menos atacar la gloriosa unidad de la patria española; antes por el contrario, deseamos fortificarla y consolidarla: pero entendemos que para lograrlo no es buen camino ahogar y destruir la vida regional para substituirla por la del centro, sino que creemos que lo conveniente al par que justo, es dar expansión, desarrollo y vida espontánea y libre a las diversas provincias de España para que de todas partes de la península salga la gloria y la grandeza de la nación española».

Éste es el mejor resumen del auténtico pensamiento catalanista y no por ello independentista, que refleja, desde siempre, y como muchos, la oposición al absolutismo y al centralismo. Ni más ni menos. Qué lejos se encuentra de esta lealtad institucional nuestro aprendiz de Moisés. El ex presidente de CDC y consejero de Economía de la Generalitat, Trías Fargas (1922-1989), llegó a decir con ocasión de los trabajos constituyentes y votando en contra de una enmienda que sugería la autodeterminación: «Somos partidarios de la autonomía y de los Estatutos que este Parlamento, en su momento, votará y de nada más, absolutamente nada más (la) autodeterminación llevaba (lleva) un objetivo final separatista que, evidentemente, no es el nuestro» (Diario de Sesiones nº 116/1978). Pujol, en esa misma sesión, se refería a la Constitución como la «superación del fracaso» desde, según expresamente dijo: «la doble condición de españoles y catalanes». Siguió, mucho tiempo después, predicando un Estado unitario para España y decía que, precisamente porque amaba a Cataluña, rehusaba «todo rompimiento…» que llevase a «…la destrucción de bienes y personas…» añadiendo que, por el contrario, había que luchar «…por su conservación y mejora» (1998). Con un alambicado discurso sustentado en la decepción, en un presunto engaño y en la equivocación, ahora se ha desdicho, o el entorno le ha obligado a desdecirse. Si se equivocaron entonces también lo hicieron millones de catalanes porque les siguieron. Habrá que ir con cuidado con quienes son capaces de decir «donde dije digo, digo Diego» con tanta facilidad, porque si también se equivocan ahora el daño sí que será irreversible.

Cualquier observador objetivo convendría que se han visto colmadas las históricas aspiraciones catalanas en un corto período de tiempo. Las carencias del sistema político, la falta de eficacia y rigor de los gobernantes, la desatención a reclamaciones económicas o los agravios, presuntos o reales, no pueden servir de excusa para provocar una voluntad secesionista. Mucho más fácil hubiera sido y sería la implicación directa en los problemas. ¿Cuántas veces ha rechazado CiU participar en el Gobierno? Hoy España no es un Estado centralista (por más que arrastre pendiente una profunda reforma) y ni mucho menos dictatorial o despótico. No hay más razones, confluyan o no, que la cortedad de miras y los intereses partidistas (ver artículo de 28 octubre). La historia no puede justificar, antes al contrario, que se alimente de esta forma, el afán separatista. Sigamos yendo hacia atrás.

Cataluña llegaba a la segunda mitad del s. XIX con la memoria puesta en las guerras contra Francia. En la Guerra de la Convención (Guerra Gran: 1793-1795), en Cataluña se cantaba: «... Valerosos catalans, anems tots á la campanya á defensar nostre Deu, Lley, Patria y Rey de Espanya». En la guerra de la Independencia, la decidida lucha de los catalanes en la defensa de la Patria común adquirió tintes épicos en el Principado con el asedio de Gerona, las batallas del Bruch o el espíritu guerrero de los miquelets. Cómo se puede olvidar, entre otros muchos, a Lázaro de Dou, o a un barcelonés de pura cepa, militar, filósofo, historiador, economista y diputado de las Cortes de Cádiz representando a Cataluña como Antonio de Capmany y de Montpalau i Surís (1742-1813), que llegó a decir animando a la resistencia contra Francia: «¡Españoles ilustres, provincias que os honráis con este timbre glorioso y que juntas formáis la potencia española y que, reduciendo vuestras voluntades en una sola, haréis para siempre invencible la fuerza nacional: unión, fraternidad y constancia!» En el mismo sentido se expresaba el compositor barcelonés Fernando Sor, formado en la Escolanía de Monserrat, cuando (1812) compuso la siguiente estrofa: «…Oh Dios inmenso, que leyendo en el humano corazón ves cuáles son mis sentimientos y mis deseos cuáles son, une los votos españoles, cese la fiera disensión; vivamos todos como hermanos, que así prospera una nación…» Plena actualidad la de estas palabras, sólo cambiando la causa y el entorno. ¿Dónde hemos dejado esa España unida y solidaria?
El aprendiz de Moisés y sus acólitos no deberían renunciar a la historia de Cataluña en lo que no les interesa, ni olvidar, porque así interese también, lo que han sentido y expresado con claridad muchos ilustres catalanes rechazados simplemente por haber ejercido sin pudor su españolidad. Es bueno recordarlo, porque a pesar de que se podría considerar inútil suscitar en pleno s. XXI el debate identitario de Cataluña o del origen de España, no se puede pasar por alto, así, sin más, la historia conjunta de tantos siglos, con aciertos y fracasos, pero generando tal nivel de interdependencia que hablar hoy de secesión es equivalente a proyectar una amputación histórica, cultural, familiar, y económica. Intentar desacreditar esta realidad es un trajín abocado al fracaso.

Nadie negará que tras decenas de años de guerras de sucesión y en vísperas de la Guerra Civil del 36 Ortega tenía razón cuando aludió a que España se encontraba «invertebrada». Hoy parece ridículo tener que volver a entrar en este debate, aunque tristemente siga siendo cierto lo que también el insigne Ortega refirió respecto a que «no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles». De nuevo nos llevan a este debate.

No nos engañemos, se puede hablar, aunque sea frívolamente, de autodeterminación intentando justificar que Cataluña es un pueblo distinto al resto de España y que además ha resultado oprimido. Ésa es la premisa que, afirmada dogmática y machaconamente, lleva al discurso fullero. La cultura y la lengua diferenciadas son otra constante, olvidando que se convive de forma natural con el castellano, que tanto ha coadyuvado a la expansión económica del Principado. Fenómeno muy diferente por otra parte al de Bélgica, ya que en Flandes más de un 20% apenas habla el francés y buena parte sólo lo chapurrea. Ahora bien, qué poco habría costado, tras la Constitución, no haber seguido cometiendo errores con una de las lenguas propias de muchos españoles. Sin intención, se ha facilitado la excusa del permanente agravio. Don Marcelino Menéndez Pelayo, español como pocos, lo entendió perfectamente. En 1888, en los Juegos Florales de Barcelona y dirigiéndose a S.M. la Reina, le dijo en perfecto catalán: «…Y per aixó, Senyora, sou vinguda a escoltar amorosament los accents d'aquesta llengua no forastera, ni exótica, sino espanyola y neta de tota taca de bastardía». Al igual que el genio literario (repudiado por el Komintern nacionalista) Josep Pla sentía suyo el castellano, Don Marcelino sentía como propio el catalán. A los españoles no se les ha enseñado lo mismo. Nadie, salvo la Corona, ha predicado con el ejemplo dirigiéndose en catalán a los catalanes. Qué poco costaría y cuántas bocas se hubieran cerrado.

Contando con la paciencia del lector, seguiré.