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Los héroes por Ángel Tafalla
Toda sociedad necesita héroes. Si no los produce naturalmente, se fabrican. El héroe es un modelo, un anhelo, algo que el común de los ciudadanos quisiera ser pero no llega a alcanzar porque el camino es arriesgado o muy duro. Históricamente, cuando nuestros pueblos se sentían amenazados por otra nación o raza extraña eran los guerreros –luego los soldados y mucho después, los militares– los que proveían de héroes. Viriato contra los romanos, Pelayo contra los moros, Don Álvaro de Bazán por la mar o el Gran Capitán por tierra son sólo unos pocos ejemplos de héroes reconocidos –entre otros muchos– que la raza hispana ha producido cuando la ocasión lo ha exigido.
Hoy en día los héroes son los deportistas. Entre ellos, desde luego, los futbolistas de «la Roja». Como marino de guerra, y por lo tanto antiguo miembro de una de las tradicionales fábricas de héroes, reconozco que ésto, al principio, me molestaba algo. Ahora ya no, tras reflexionar. Antes pensaba: como unos hombres y mujeres que se arriesgan a entregar su vida por la defensa de su nación, con las armas en la mano, no reciben el mismo reconocimiento que unos deportistas bien pagados que en general sólo se exponen a sufrir una lesión de vez en cuando. Me estaba equivocando al centrarme en las características de los héroes y no en la sociedad que los entroniza como tales.
Como expiación de mi pasado error voy a tratar de explicitar lo que creo que era la raíz de esta equivocación. Cuando de los soldados salían los héroes, era porque la sociedad se sentía amenazada por un peligro exterior. El núcleo de su unión –el de la sociedad– corría el riesgo ser destruido por un peligro externo. El ser cuasi biológico que es una nación reaccionaba elevando a la altura de santo el anticuerpo que luchaba contra la infección externa que amenazaba su existencia. ¿Cuál es el peligro actual de España? No procede –a mi juicio– básicamente del exterior, pese a lo del euro, sino del desaliento interno ante la pérdida de valores, entre los que destaca la falta de solidaridad entre las regiones españolas, alentada o aprovechada por una clase política de cortos vuelos ¿Qué enseña «la Roja»? Justo lo contrario, el valor añadido de la unión.
El buen militar no necesita obligatoriamente ser un héroe. El profesional de las armas lo que debe procurar habitualmente es que no le maten sin necesidad. A él, y sobre todo, a sus subordinados. Lo de arriesgar gravemente la vida sólo se debe hacer cuando es imprescindible para doblegar la voluntad del enemigo o cuando, de no hacerlo, se pueden derivar males mayores. Por eso cuando una nación decide –dan ganas de escribir: o decidía– entronizar como héroe a uno de sus militares, era más mirando a la moral colectiva que a las hazañas del soldado o marino. Un ejemplo clásico lo podemos encontrar en uno de nuestros más distinguidos enemigos: el almirante Nelson. Inglaterra decidió que fuera un héroe no porque fuera valiente, que lo fue sin duda en una época donde casi todos lo eran, pues la ocasión y el ejemplo lo exigían. Tampoco fue héroe por sus conocimientos –excelentes– de táctica. Fue un héroe –casi un dios– porque su nación y su imperio necesitaban ejemplos a seguir para la nueva época que se abría ante ellos.
España necesita ejemplos a seguir, necesita moral colectiva para salir del pozo donde ha caído por la pérdida de valores del pueblo y el egoísmo y la falta de preparación –salvo raras excepciones– de una indigna clase dirigente. Necesitamos «fabricar» héroes y «la Roja» y los otros deportistas de élite nos dan la oportunidad de crear un modelo de solidaridad colectiva que va mas allá de la personalidad o habilidad de sus componentes.
En mi condición de veterano y modesto componente de una de las más históricas factorías de héroes individuales, doy la sincera bienvenida a los nuevos modelos colectivos necesarios en el trance que nuestra nación atraviesa. Cada época tiene los héroes que se merece.
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