Artistas
Tropezones
Ha regresado de su dignidad a prueba de bombas el hombre al que supuestamente Galliano agredió verbalmente y parece que está bastante recuperado. Tan recuperado está este señor que el ánimo le ha dado para conceder una entrevista en «Le Parisien», donde, con una condescendencia bíblica y sumamente emocionante, ha declarado que el modisto no es racista ni antisemita. El menda, que usa nombre en clave, concretamente Phillippe, asegura que al antiguo diseñador creativo de Dior lo que se pasa es que le tira a los palomos una barbaridad y que suele ir con un puntito que le da la mano dos veces al mismo. Esto está muy bien saberlo cuando a Galliano se le ha destrozado ya la carrera, la reputación, y seguramente su futuro personal, pero arrepentidos los quiere Dios, aunque Dior parece que piensa de manera diferente.
El tal Phillippe cree que no fue para tanto y que en los bares y a ciertas horas la gente dice muchas tontunas cuando se ha «encalomao» dos colodros en «to» lo alto. Total, que el hombre estaba dispuesto a todo, incluso a retirar la demanda, cuando mecachen, se ha dado cuenta de que la maquinaria judicial es imposible de parar. Yo ya he dicho en estas mismas páginas que estoy absolutamente en contra de lo que dijo Galliano y de las ideas que defendía porque estoy justamente en las antípodas, pero, sin embargo, no consigo dejar de darle vueltas al empeño que tiene el mundo occidental en que las equivocaciones se perdonen según de qué lado y en qué sentido se comentan.
Si Galliano hubiera dado vivas a Stalin quizá los asistentes a su tajadón se habrían echado unas risas, hubieran metido al diseñador en un taxi y aquí paz y después gloria bendita.
Justo cuando esto ocurre, en Missouri, una ejemplar profesora ha sido apartada de sus funciones y trasladada a secretaría mientras se analiza el escándalo que se ha montado al conocerse que en su juventud protagonizó una peli porno, de título «Culo prieto», y que indica, sin lugar a dudas, que tuvo que hacerla muy joven para poder cumplir los requisitos del argumento. Tera Myers nunca escondió en el formulario de su solicitud laboral en qué había estado ocupada veinte años atrás pero, ay, nadie se percató. O, mejor dicho, se percató un alumno de la profesora, aficionado al cine porno de los ochenta. Le queda a una entonces la sensación de que en este mundo en el que vivimos casi merece más la pena delinquir que equivocarse. Así somos los del mundo libre.
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