Brasil
El Mundial de Kim Jong Il
La selección de Corea del Norte atravesó una frontera y un control de aduanas horas antes de medirse a Brasil. Repitió experiencia ante Portugal y Costa de Marfil. El equi- po no entrenó ni durmió en Suráfrica durante el Mundial. Lo hizo en la vecina Zimbabwe, donde se atrincheró en un recinto inexpugnable con un dispositivo de seguridad a prueba de curiosos. Se trataba de evitar indiscreciones de la prensa internacional. El aislamiento es una de las señas de identidad del régimen de Kim Jong Il, que prohíbe a sus súbditos establecer contactos con extranjeros. No hay excepciones para deportistas de élite.
En una de sus pocas declaraciones públicas, el seleccionador Kim Jong Hun aseguró que «probablemente no haya otro equipo en el mundo que luche con la misma dedicación para agradar a su líder y conseguir la gloria para su madre patria». Puede que tuviese razón: hay quien piensa que la selección de Corea del Norte se jugaba mucho más que el prestigio y la gloria en el torneo.
A pesar de que su Liga es completamente desconocida, que sus clubes están vetados en los torneos asiáticos y que sus jugadores tienen prohibido fichar por equipos extranjeros, el fútbol es un deporte muy popular y practicado en el «país ermitaño», la primera nación asiática que deslumbró en un Mundial. Poniendo en juego un fútbol rápido y vertical (el llamado «chollima», en honor a un caballo mitológico) la selección norcoreana rozó la gloria en 1966, cuando se quedó a las puertas de las semifinales ante el Portugal de Eusebio. Suráfrica era una oportunidad única de levantar la moral de un país atrapado en su propio fanatismo, arruinado y rechazado como un apestado en la escena internacional.
Dado que Pyongyang no permite a sus ciudadanos viajar al extranjero y que quienes lo consiguen tienen la costumbre de no volver, la «hinchada» norcoreana en Suráfrica estuvo compuestapor un grupo de 1.000 aficionados... chinos y actores muchos de ellos. Según la prensa británica, fueron pagados para animar. El régimen se volcó tanto en el evento que, tras una digna derrota ante Brasil (2-1), tomó una decisión inaúdita: autorizó que se retransmitiese en directo el segundo partido, precisamente contra Por- tugal. Lo cierto es que el único canal de televisión norcoreano rara vez emite en directo. Una de las razones para no hacerlo es el temor a que alguien irrumpa en el campo con una pancarta de condena a la dictadura, o protagonice un acto de protesta. El otro miedo es que suceda algo imprevisto. Y algo así ocurrió: Portugal humilló (7-0) a Corea. Se asegura que los comentaristas apagaron los micrófonos en plena retransmisión. La derrota (3-0) ante Costa de Marfil fue la triste despedida del torneo.
El entrenador, Kim Jong-hun, y el llamado «Rooney del pueblo», Jong Tae-Se, un tipo que nació en Japón y que nunca ha estado en Corea del Norte, pero que juega con los colores del país de sus antepasados y se emociona hasta las lágrimas al escuchar el himno, no sabían lo que les esperaba.
Fuentes solventes han asegurado que la selección de Kim Jong Il fue sometida a un acto de escarnio público durante seis horas y que el seleccionador fue enviado a un campo de trabajos forzados como castigo. La FIFA anunció que llevará a cabo una investigación, aunque no aclaró cómo conseguirá penetrar en los secretos de un lugar al que ni siquiera los espías surcoreanos consiguen acceder.
Demostrando que la dictadura se toma el fútbol muy en serio, la propaganda norcoreana hizo ayer otra cosa inaúdita: reaccionar a la acusación. Mediante un comunicado se dijo que el seleccionador no había sido destituido y que está preparando el próximo partido en el estadio de Ri Myong Su, el único con hierba natural de Pyongyang. El campo está protegido como un búnker. Casualmente, se encuentra en una instalación militar.
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