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El «agitprop» de Rubalcaba por José Clemente
Ya nos decía Bertolt Brecht, y de eso sabe un rato, que cuando la verdad es demasiado débil para defenderse, prevalecer o hacerse oír necesita siempre pasar al ataque, y añade un servidor que la violencia es la tierra yerma donde no germinan las palabras. Esto es lo que estamos viviendo estos días a propósito de la explosión de algaradas callejeras en Valencia, violencia que amenaza con extenderse a otras capitales españolas y que tiene como objetivo principal el acoso y derribo del PP.
Como ocurre en la mayoría de los casos, la ausencia de palabras, el abandono de cualquier tipo de diálogo, el uso de la mentira para atraer al contrario, sembrar la división de opiniones entre los que no tienen las ideas claras, la hipocresía y, sobre todo, la manipulación, se convierten en herramientas imprescindibles para quienes usan esas técnicas de confrontación política, un choque que deviene habitualmente en una mayor espiral de violencia y agresividad que se retroalimenta casi de manera espontánea una vez activada por los interesados en hacer llegar a las masas ideas y conceptos que sólo ellos saben interpretar.
La historia de las dictaduras, especialmente las del Este europeo, está plagada de casos como el descrito y sólo sirven a sus castas dirigentes, bien sea desde el caudillaje tipo Chavez, Castro y Morales, aleccionados por el Partido Comunista de la extinta URSS, los regímenes autoritarios de Pol Pot, Ho Chi Ming y Mao Tse Tung, hasta las repúblicas bananeras y países africanos que, entre la muerte o el lavado de cerebro, prefieren esto último. Es lo que se conoce como «agitprop», una contracción de las palabras «agitatsiia» y «propaganda», una actividad omnipresente en la Unión Soviética posrevolucionaria destinada a inculcar y promover los valores de la clase dominante del Politburó entre la opinión pública con el fin de lograr su adoctrinamiento bien sea mediante libros previamente elaborados por los gobernantes, campañas, películas o la propia agitación callejera. Imaginemos por un momento que el instituto valenciano Luis Vives no tuviera calefacción, que parece ser la chispa que incendió el polvorín de las violentas manifestaciones.
Imaginemos, también, que los seis millones de parados en los últimos tres años son a consecuencia de la política económica de Rajoy; o que el aumento de la edad de jubilación también es obra del PP; que el paro juvenil, el más elevado de toda la UE, es otro error de Mariano Rajoy; que la destrucción de casi un millón de pequeñas y medianas empresas sobreviene a consecuencia de la política impositiva del actual Gobierno; que el descrédito internacional de España es atribuible a los populares y que las dos recesiones que llevamos son igualmente adjudicables al PP. Pero no. El instituto Luis Vives tenía calefacción, porque en caso contrario sería obra del PSOE que lo abrió en septiembre en perfectas condiciones, como también lo es o lo son el resto de situaciones antes descritas. Sorprende que los estudiantes no se manifestaran en plena oleada de frío siberiano, y lo hicieran más cerca de las fallas.
Tampoco se detuvo a esos estudiantes, sino a profesionales de la «kale borroka», gente antisistema que busca en el desorden su modo de expresión. Tampoco deja de ser curioso que no se atacara a los verdaderos culpables de la crisis, es decir, al anterior Gobierno de Rodríguez Zapatero, y que lo hagan ahora destrozando las sedes del PP. Ni tampoco son los populares los responsables de la asignatura «Educación para la ciudadanía», ni de que el secretario general de UGT aplique rebajas insostenibles a los trabajadores cuando él cobra 180.000 euros por asistir a cuatro reuniones de entidades bancarias.
La «primavera valenciana» inunda las redes sociales, pero tras ella está Rubalcaba, el cerebro español del «agitprop», que quiere convertir a nuestro país en una nueva Grecia. El «cuanto peor, mejor» tiene calendario y fechas, por eso anuncian ahora que la siguiente será en Murcia, porque a Valcárcel ya se la intentaron montar y no pararán hasta quemar la huerta entera. Tal cual hicieron el 11-M con el «flashmovil», con el cordón sanitario del Tripartit catalán y, ahora, en Valencia. Los sindicatos han amenazado con extender las revueltas y Murcia ya figura en su agenda, al mejor estilo de Rubalcaba, que mueve todos los guiñoles.
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