Internacional
A la paz perpetua por Ángela Vallvey
«A la paz perpetua», ésta fue la inscripción satírica que un hostelero holandés colocó en su casa debajo de una pintura que representaba un cementerio. ¿Estaba dedicada a todos los «hombres» en general, o especialmente a los gobernantes, nunca hartos de guerra, o bien quizás se dirigía a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz? Que la pregunta se quede sin respuesta…», así comenzaba «La paz perpetua», un ensayo publicado por Kant en 1795 que fue un «best-seller» de la época. El libro destilaba optimismo y confianza en el futuro. No caía en el error de hablar de utopías, sino de posibilidades, de realidad. La paz, ¿por qué no?, venía a preguntarse el sabio prusiano. Su propuesta se basaba en la creación de una federación de estados independientes, que ofrecería las garantías de todo Estado de Derecho, una constitución republicana, la libertad e igualdad de los ciudadanos y la misma legislación para todos. Pese a que la paz no sea el estado natural del ser humano, es factible –y moralmente obligatorio– instaurarla, aseguraba don Immanuel. 217 años después, la Unión Europea ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz por «sus más de seis décadas de contribución al avance de la paz y la reconciliación, la democracia y los Derechos Humanos en Europa», según ha informado el Comité Nobel del Parlamento noruego. Hace años se decía que la UE era una firme candidata al premio por encarnar en sí misma un «exitoso proyecto de paz». La noticia ha sido acogida con entusiasmo por los burócratas europeos. Y con hilaridad y escepticismo entre muchos jóvenes españoles, azotados por el paro y la recesión, pero que por fortuna viven en libertad y nunca han sufrido una guerra. (Felicidades, Europa. Que la paz sea perpetua).
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