Literatura

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Pulsión lectora

La Razón
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Hay momentos, como por ejemplo en las vacaciones veraniegas, en los que, tras encadenar un gran número de lecturas, uno pierde la noción de lo leído y comienza a confundir personajes, tramas y argumentos de entre todos los libros. Eso mismo sucede con las películas, que después de ver muchas seguidas (con tres es suficiente) los personajes se nos mezclan y comenzamos a verlos en historias que no les pertenecen. Esa sensación en la que, por lo general, se arma un lío de tres pares de narices y que se acentúa después de un atracón, se encuentra en el fondo detrás de cada una de nuestras experiencias con el arte y la cultura. Y es que, si lo pensamos bien, todo nos recuerda a algo. Todos los personajes remiten a estereotipos que ya conocemos, todas las tramas ya las hemos experimentado en alguna ocasión de una manera u otra. Así, todo funciona como una serie de expectativas que se frustran o se cumplen. Es decir, algo que ya sabemos y que se nos completa (reafirmándolo o contradiciéndolo). No hay, por tanto, experiencia lectora o fílmica (ni tampoco musical), que sea autónoma. Detrás de cada libro/película/música hay mil libros/películas/músicas. Y detrás de cada lectura/visionado/escucha hay también mil lecturas/visionados/escuchas. Y eso que ocurre en la ficción ocurre también en la realidad. Ninguna oración, ninguna sensación, ninguna experiencia es autónoma, todo depende de un contexto que siempre es variable, y sobre todo personal e intransferible. Cuando le decimos algo a alguien, siempre entiende algo más de lo que le decimos, un algo más que remite a una experiencia que nunca podemos conocer del todo. De ahí que al final nunca logremos entendernos.