Literatura

Portugal

La presumible

La Razón
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No me gusta la voz «presunto». Prefiero la clásica de presumible. El presunto, en Portugal, es el jamón. Una presunta, por ende, es una jamona. Y no quiero faltar al respeto a la presumible prevaricadora sevillana, concejal comunista, que sin motivo alguno impidió un homenaje literario previamente autorizado a Agustín de Foxá y Torroba, conde de Foxá, por su vinculación al fascismo. Es más cortés referirse a la presumible prevaricadora que a la presunta prevaricadora, empapelada como tal por la Justicia. No conozco a la señora Medrano, no tengo intención de hacerlo y menos aún especular acerca de su jamonerío. Presumible mejor que presunta.

De lo que no cabe duda, aparte de su sentido estalinista de la Cultura, es de su pírrica afición por la Literatura. Foxá fue de derechas, tuvo vinculaciones con la Falange –muy descreídas, por cierto–, y formó parte del bando de los vencedores. Más tarde, desde su caudaloso ingenio satírico, puso a parir a Franco, a Serrano Suñer y al Régimen, mientras los familiares de la señora o señorita Medrano permanecían callados. En aquellos tiempos floreció una brillante y fundamental generación literaria, que algunos llaman la «Generación fascista», especialmente el antólogo Rodríguez Puértolas, que denomina de tal modo a todos los que no piensan como él, es decir, fascismo o estalinismo en estado puro. En aquella generación estaban Tovar, Laín Entralgo, Luis Rosales, José Luis López Aranguren, Dionisio Ridruejo, Eugenio Montes, Rafael García Serrano y una relación riquísima y extensa de talento literario. El fascismo terminó, se diluyó por sí mismo, y cada uno voló hacia el nido que más le aconsejaba su sosiego. El comunismo, esa contradicción de la libertad, aún permanece, censura, sesga y prohíbe en todos los espacios del arte, la cultura y el periodismo. El gran Antonio Mingote lo resume en un brillante epigrama:
«Larga de elogios la lista/ que han dedicado a Pascual./ ¿Era acaso un gran artista?/ Era sólo comunista,/ que es igual».

Foxá, además de su luminosa novela «Madrid de Corte a Checa», escrita desde el bando nacional –¿Pretende la presumible prevaricadora que lo escribiera desde el tópico adversario?–, triunfó en el Teatro –Cui-Pin-Sing–, en la Poesía, en la narrativa y el artículo periodístico. Sus «terceras» en ABC redactadas en la lejanía americana dan fe de la calidad pasmosa de su autor. Y Foxá terminó sus días, aún en la joven madurez, libre e independiente, melancólico e indomable, brillante siempre, y alejado de toda influencia política. Como polemista feroz y certero, combatió con la palabra y venció casi siempre. Victorias incruentas que sometían a la falta de argumentos a los que, al contrario de él, carecían de sentido de la autocrítica, del cinismo del abandonado y del talento del genio. Que medio siglo más tarde de experimentar su melancolía del desaparecer, sigan existiendo presumibles zotes que prohíban sus palabras –Foxá no paseaba por checas como Alberti, por poner un ejemplito–, se me antoja menos higiénico que el pensamiento de un retrete.

A declarar ante el juez, presumible prevaricadora.