Historia
Café con los demonios
En «Wall Street», Gordon Gekko era aquel tiburón financiero de mediados de los ochenta que vivía implacablemente para dorar su ego. Acabó condenado por estafa, pero dejando esparcida en el «the end» la atmósfera de que la ambición sólo moriría con él. Era una figura exagerada, pero veraz, de estos otros tiburones con los que Zapatero estuvo tomando café el martes. Entre rascacielos y prisas patológicas, Gekko decía aquello de «Si quieres un amigo, ¡cómprate un perro!». En la segunda parte de la película, que pronto se estrena, sale envejecido pero orgulloso de la cárcel, al son del «Simpathy for the Devil» de los Rolling Stones. Por trasladarlo a un entorno real, resultaría como si Maddof, el siglo que tengan previsto concederle la condicional, vuelve inmaculado de codicia desde el trullo a la Quinta Avenida. Al cabo, el uso de la canción que hace Oliver Stone se propone identificar a los tiburones financieros con Lucifer: «Por favor, déjame que me presente, soy un hombre de riqueza y buen gusto, ando rodando desde hace muchos, muchos años y he robado el alma y la fe a centenares de hombres». En sus discursos de miss universo, nuestro presidente señaló al dinero y la codicia como el mal que envenenaba el sistema. Y al mal lo hizo carne en una sombra fantasma: los especuladores. Al verlo rodeado de los amos de Wall Street, se llega a pensar si ha ido a pedir disculpas o a ver la cara de aquellos de quienes dependemos.
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