España
Los olvidos literarios de Jorge Javier Vázquez por Jesús Mariñas
Es una buena lectura para estos puentes que ya no son intermitentes no entiendo la demora política en reorganizar el calendario laboral. Llevamos ya tres en menos de diez días, con la jornada paralizadora de ayer incluida, algo para nada estimulante en tiempos de crisis. Sin embargo, sí lo son dos libros testimoniales que recogen cierta historia de España, el de Jorge Javier Vázquez y el de Antonio D. Olano. Casi a modo de los galdosianos «Episodios Nacionales», Olano, magistral y de memoria esclarecedora y permanente porque todo lo vivió y lo bebió, recoge en esta obra sus recuerdos como si se tratase de un collage. En él hace coincidir a Cocteau y Picasso con el Tío Alberto serratiano, un bohemio barcelonés enamorado del gitanerío, por aquel entonces protagonizado por La Chunga –que va reponiéndose poco a poco de su cáncer– y también el Gitano de la Costa Brava, quien, en su bar de Llansá, montaba fiestorros agrupadores de nuestra multirraza, hoy al borde de la ruptura a causa de las ansias secesionistas inexplicables.
Tío Alberto, inmortalizado en varias canciones, apoyó a Gades, que nacía a la gloria tras trabajar con Maruja Garrido en Los Tarantos de la Plaza Real, al lado de donde el gran Vicente Escudero convivía con una María Márquez que no le llegaba a su altura artística. Además, creó el decálogo del buen bailarín flamenco. Olano tiene un ingenio endiablado y ha titulado su libro: «El niño que bombardeó París», para dar así su versión de cómo nació el «Guernica» picassiano, y hasta casi descubriendo la bisexualidad del genio malagueño, con el que gozó de una intimidad que pocos alcanzaban.
Sin veto ni riesgo
Por su parte, Jorge Javier, en «La vida iba en serio» –casi una autobiografía, supone un texto insólito y casi neorrealista–, retrata la triste Badalona de los años cincuenta. El presentador de televisión hace lo que hasta ahora había evitado confesar en «¡Sálvame!», espacio en el que son otros los que se desnudan, flagelan verbalmente y escarcean aireando sus vergüenzas más íntimas azuzadas por el rencor y su temor a perder la silla. Parece una obsesión exclusiva, mientras Jorge Javier usa el libro para hacer lo que casi supone una terapia a modo de descarga. Habla de sus miedos a la represión sexual, el ambiente cálido de un piso de cincuenta metros cuadrados donde convivía con un padre intransigente, una madre abnegada y comprensiva y dos hermanas que pasaban de él. Tampoco duda en relatar su descubrimiento sexual en los cuartos oscuros, su llegada a Madrid –en mi casa cenábamos pizza, pero se olvidó de contarlo–, lo bien que cayó entre alguna celebridad periodística, sus primeros años en «Pronto», empujado por Toti Nadal, quien antes nos había contratado a Maruja Torres y a mí –otro detalle ignorado por Jorge Javier–. Empezamos a trabajar en un bajo de la calle Valencia y me daban 3.000 pesetas de aquellos años. De igual modo, Jorge precisa sus primeros amores madrileños ya sin veto ni riesgo. Estremece su sinceridad y refleja que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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