Santiago de Chile
Skármeta reconcilia a Chile
El pasado más reciente de Chile, pero sobre todo el camino que emprendió tras la muerte de Pinochet, o incluso desde antes, cuando el dictador vivía con la comodidad del apoyo discreto de una parte del país, que se convertía a golpe de sable en uno de los más estables del continente americano, está en la raíz de «Los días del arcoíris», novela con la que Antonio Skármeta ha conseguido el IV Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América
Quizá a Chile le haya llegado la hora de la memoria. El pasado, cómo convivir con quien fue tu adversario político o tu enemigo o el asesino de tu hijo, se esconde en esta obra que el propio autor chileno reconoce «tener algo que ver con la reconciliación y la deuda». No hay ajuste de cuentas. Está más cerca del perdón que de la venganza. No hay nada de olvido. Pero prefirió elegir a una mujer mítica en los años de plomo: la cantante Violeta Parra. «Esta historia va de algo que ella podría haber expresado en los versos de "Gracias a la vida"».
Si los muertos no hablasen
«Los días del arcoíris» está hecha, dijo Skármeta, de «dichas y quebrantos». Los quebrantos sufridos por una dictadura implacable y la dicha de que Chile, al final, «encontró el camino pacífico para salir de una situación que le ha conducido al progreso». Estos dos factores, insistió el autor de «La boda del poeta», «permiten que esta novela abra sonrisas y que en algún momento se encoja el corazón». Después prefirió echar mano de su admirado Shakespeare: «Está bien lo que bien acaba». Y al final, la historia no acabó mal si los muertos no hablasen.
Skármeta se abrió a los grandes públicos a través de una película, «Ardiente paciencia», de 1985, basada en su novela homónima (luego se le puso el título de «El cartero y Pablo Neruda»). Conoció al actor que encarnaba a Neruda, Roberto Parada, y entabló una amistad duradera y, compartió, sobre todo, la complicidad de un terrible dolor. Parada representaba una obra de teatro cuando en el intermedio le comunicaron el asesinato de su hijo por parte de la Policía. «Roberto Parada decidió seguir la representación –explica Skármeta–, pero anunció al público la muerte de su hermoso hijo y dijo: "Esta función se la dedico a él"».
Los grandes secundarios de «Los días del arcoíris» son los llamados «pingüinos», como se conoce a los jóvenes que «se arriesgaron para conseguir mejoras». Y están también los maestros, como Roberto Parada, que era profesor de inglés. Y está un vals que la gente bailó en aquellos días grises. «Es la novela de un momento de agitación, tiempos para derrocar tiranos. Se consiguió la libertad; hemos conseguido la democracia, pero llegar no signifca que sea el final del camino». Y citó a Walt Whitman, los versos del capítulo 46 de «Hojas de hierba»: «Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar el cielo poblado…».
El escritor y miembro del jurado Álvaro Pombo definió provocativamente la obra de Antonio Skármeta: «La novela tiene un tono muy franquista. Pinochet y Franco eran tiranos, autoritarios y paternales, y muy admirados por Carl Schmitt, el politólogo que armó jurídicamente el Estado nacionalsocialista. Pero Franco murió en la cama y la gente le amaba, o le amaban los que le amaban», dijo Pombo. «En 1988 hubo en Chile una especie de reconciliación en marcha –añade–, y al dictador se le deja que haga cosas y siga poniendo orden. Yo diría que esta novela es un psicoanálisis de los chilenos».
Intención pedagógica
Skármeta, sin embargo, defiende la autonomía propia de «Los días del arcoíris», más allá de reconocer que se trata de una novela política pero con «épica pacífica». El escritor rehúye de un discurso sombrío y apuesta por la alegría. Según el jurado, tiene la luminosidad del resto de sus libros. Esa luz está encarnada por el protagonista sobre el que gira esta historia, el hijo de un profesor de Filosofía que está encarcelado y quiere cambiar las cosas. «Creo que le puede interesar a gente de todos los lugares, y sobre todo defiendo que los creadores todavía pueden hacer aportaciones para desarrollar cambios políticos. Pero la novela es ficción, aunque esté basada en hechos reales». No oculta una intención pedagógica, de ahí que aspire a que sea leída por «jóvenes y maestros».
¿Existe revisionismo de un pasado brumoso y lleno de cánticos como el de los años de la Unidad Popular de Allende: «¿Cada vez que uno escribe una historia se hace cargo de todas las historias», dice. Pero prefiere recordar un consejo de Henry Miller cuando un escritor tenía esa «pretensión totalizadora»: «Cuando escribas una novela, no pienses en la que quieres escribir, sino en la que estás escribiendo».
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