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Nueva York

Bodorrios y rositas por Jorge BERLANGA

Bodorrios y rositas por Jorge BERLANGA
Bodorrios y rositas por Jorge BERLANGAlarazon

¿Quién habló de crisis? Pero si por todos lados está la gente que lo tira, que no falte de nada, viva el jolgorio. Al final vamos a tener tal atracón de lujos que vamos a necesitar una purga de bancarrota emocional con ricino. Tanto hablar del relumbrón que le van a dar la señora Obama y su vástaga a Marbella, con su séquito de seguridad y sus sesenta habitaciones entre las columnas palaciegas del hotel Villapadierna, velando hasta la gala benéfica a todo plan que allí va a celebrar Antonio Banderas y Eva Longoria (¿qué le pasa a esta chica, que últimamente está en todas partes?), y luego resulta que los Obama, vamos, casi están a nivel de verano mochilero en comparación a como se las gasta la verdadera aristocracia Demócrata de su país, léase la familia Clinton, capaces de chuparse 3 millones de dólares para llevar a su hija al altar envuelta en tules en la exclusivísima mansión de Astor Courts a orillas del Hudson. Así se mueve ese distinguido mundo del capitalismo liberal, masters del universo, que lo mismo pueden financiar batallas que campañas, sin moverse del club de campo y a los que los movimientos de Wall Street les hacen cosquillas en los pies. Para ellos Hillary Clinton es la verdadera presidenta y el moreno ocupante de la Casa Blanca un accidente. Todo llegará. Es cuestión de saber esperar hasta que la bola entre en el hoyo.

Pues ya ven. Los Obama no se sabe si estaban siquiera invitados, de tan selecto como fue el bodorrio donde a la niña Chelsea no se le negó ningún deseo. Hasta Bill Clinton tuvo que adelgazar 7 kilos a petición suya, perdiendo el aire fondón a golpe de saxofón, hasta quedarse chupado. No consta que tampoco Monica Lewinski fuera invitada. Así que ahí tenemos a esa mozuela nacida en los tiempos modernos de sus progenitores, homenajeando a las «Chelsea girls» de Andy Warhol o el Chelsea Hotel donde se reunían los artistas y músicos más atrabiliarios del Nueva York de los años 70, convertida en la reina mimada de América, con su aire ceporro y cara de Miss Piggy de los teleñecos, casándose con un joven heredero judío del reino de las finanzas, en una apañada ceremonia de dos credos. Ya veis, miserables mortales que hacéis cola por un botellín de agua en el chiringuito, la vida puede ser un cuento de hadas para contemplar mientras arde el sol. Sólo faltó que los Clinton donaran los adornos florales tras el bodorrio a un Mónaco en capa caída y su baile de la Rosa, donde el glamour lo tuvo que poner Tita Cervera.