Estados Unidos
El arma demográfica secreta de Japón por Ian Bremmer
Los líderes japoneses deben hacer frente a un desastre demográfico en ciernes. Hace poco, el Instituto Nacional de Investigaciones sobre Población y Seguridad Social de Japón estimó que de aquí a 2060, el país habrá perdido alrededor de un tercio de la población con que contaba en 2010 (128 millones), y que sólo la mitad de esta población reducida estará entre los 15 y los 65 años, la franja estaría más productiva de cualquier economía. Cifras como éstas suelen ser producto de guerras y epidemias, e implican tanto una caída drástica de la cantidad de personas jóvenes capaces de mantener a sus mayores como un gran aumento de la carga de la deuda para un país que ya soporta una de las más pesadas del mundo.
Para resolver este problema, los líderes políticos de Japón tienen tres opciones: encontrar algún modo de aumentar drásticamente la tasa de natalidad del país; abrir una sociedad tradicionalmente aislada al ingreso de una oleada de inmigrantes; o decidirse a revelar el arma secreta del país: la energía, el talento y la inventiva de las mujeres japonesas.
Abrir el país al ingreso masivo de inmigrantes no estaría mal, pero Japón no va a convertirse de un día para el otro en un crisol de razas a la manera de Estados Unidos, y esta solución por sí sola no bastaría para resolver un problema demográfico de la magnitud al que se enfrenta el país. En Japón, los extranjeros conforman menos del 2% de la población, y un informe de las Naciones Unidas de 2001 determinó que para mantener constante el porcentaje de población en edad de trabajar, Japón debería recibir un promedio de 609.000 inmigrantes por año hasta 2050.
Por eso, el Gobierno japonés debería fijarse como prioridad facilitar el ingreso de mujeres a la fuerza laboral, algo en lo que por ahora está yendo en la dirección equivocada. En los listados de países ordenados por nivel de diferencia intergenérica que elabora el Foro Económico Mundial, Japón cayó del 80.° lugar en 2006 al 98.° en 2011, signo preocupante de que el país se está perdiendo una oportunidad única. En lo que respecta a la presencia de mujeres en el mercado laboral, Japón sigue siendo la Arabia Saudita del mundo desarrollado.
El primer paso para revertir esta tendencia podría ser crear entornos de trabajo mejor adaptados a las necesidades de las mujeres japonesas y que promuevan sus talentos. Aunque el Gobierno ha dado algunos pequeños pasos en esta dirección, la cultura y la inercia todavía son obstáculos serios.
Pero resolver esta cuestión bien valdría la pena. Un estudio realizado en 2010 por Goldman Sachs concluyó que un aumento de la presencia femenina en la fuerza laboral hasta equipararla con la de los hombres agregaría 8,2 millones de trabajadoras a la economía japonesa, eliminaría casi por completo la caída proyectada de la población del país en edad de trabajar y aumentaría un 15% el nivel del PIB.
El problema no es que a las mujeres japonesas les falten oportunidades de acceder a la educación superior: en 2005, la tasa de inscripción de mujeres de 18 años a las universidades ya superaba a la de los hombres. Sin embargo en la actualidad, solo el 65% de las mujeres con título universitario tiene trabajo.
Una parte del problema tiene que ver con la cultura de trabajo de las empresas japonesas, que supone horarios prolongados y socializar con los colegas después de hora, costumbres difíciles de mantener para madres que trabajan. Pero los hombres japoneses dedican menos tiempo al cuidado de los niños que los padres de la mayoría de los demás países industrializados y podrían asumir una cuota mayor de las responsabilidades parentales. Un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida beneficiaría tanto a hombres como a mujeres. Y también sería útil aumentar la disponibilidad de guarderías infantiles a precio accesible.
Los que se oponen a la feminización de la fuerza laboral tal vez dirán que disminuiría la cantidad de nacimientos y que, por consiguiente, traería más complicaciones demográficas, pero la evidencia fáctica sugiere lo contrario. Los países de la OCDE cuyas tasas de participación femenina en la fuerza laboral son más altas también tienen las mayores tasas de natalidad. En Japón la tasa ya se redujo a apenas 1,37 niños por cada mujer, muy por debajo del nivel necesario para mantener constante la población.
Dejando a un lado los obstáculos culturales, hay muchas medidas concretas que el Gobierno japonés podría adoptar. Según el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar de Japón, en 2011 el 54,7% de las mujeres tenían empleos en forma irregular. El Gobierno podría alentar a los empleadores a ofrecer a las mujeres puestos de trabajo permanentes a tiempo completo en vez de contratos temporales, una situación demasiado frecuente que implica menos salario, más inestabilidad y falta de oportunidades de progreso.
Otra medida más importante sería cambiar las políticas impositivas actuales, que colaboran con que haya más mujeres que hombres trabajando con contrato temporal. Tanto la OCDE como el estudio de Goldman Sachs identificaron normas que desincentivan el trabajo femenino; por ejemplo, antes de 2004 había una exención «especial por persona dependiente» que podían solicitar los jefes de familia (hombres en su mayoría) por las personas dependientes a su cargo (mujeres en su mayoría) que ganaran menos de alrededor de 12.000 dólares estadounidenses por año; aunque la exención especial se eliminó, la exención por persona dependiente todavía existe.
El Gobierno también debería encontrar formas ingeniosas de facilitar que las mujeres se reinserten en el mercado laboral tras tener hijos; reducir la brecha salarial intergenérica en Japón (que es mayor que en cualquier otro país de la OCDE con excepción de Corea del Sur), algo que en parte puede hacerse instituyendo normas que recompensen el desempeño en vez de la antigüedad; y ayudar a crear oportunidades creíbles para que las mujeres asciendan a posiciones de liderazgo.
Abrir Japón a la inmigración puede ayudarlo a enfrentar sus problemas demográficos, pero la solución más duradera ya está dentro del país.
Ian Bremmer
Presidente de Eurasia Group y autor de «Cada país a lo suyo: ganadores y perdedores en un mundo sin liderazgo global»
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