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La no campaña por Lucas Haurie
Los socialistas, en concreto el consejero de Empleo, ya definen como «ovejas negras» a quienes han quebrado la confianza de los honestos superiores, de incuestionable probidad, que les facilitaron el manejo de centenares de millones de euros. Con toda la progresía enarbolada por el atinado informe del académico Bosque sobre el lenguaje no sexista o estúpido, valga el sinónimo, yerra el PSOE al recurrir a una expresión demodé que nos retrotrae a los tiempos anteriores a Luther King, cuando la negrura se asimilaba a lo malo en la cultura occidental. Le son más caras al partido (todavía) gobernante en Andalucía las alusiones guerracivilistas y es por ello aconsejable que resuciten al fantasma que torturó durante dos años a los defensores de Madrid, la quinta columna, pues tienen en el partido a unos estrategas que parecen más bien agentes del enemigo. Las eminencias grises que han diseñado la campaña de José Antonio (¡¡presente!!) Griñán se dicen inspirados por Rubalcaba. Suena a verdad: sólo el responsable del peor resultado de su historia podría aplicarse con tanto celo a disminuir las ya de por sí escasas opciones de permanencia en San Telmo.
El presidente-candidato no convoca mítines ni anuncia su agenda. Todo lo más, pronuncia discursos buenistas ante un exiguo auditorio de incondicionales. Las malas lenguas dicen que es para evitar que los funcionarios o cualquiera de los múltiples agraviados por su espantosa gestión le monten algún pollo pero los maquiavelos de guardarropía que velan por sus intereses aseguran que así impiden la contraprogramación popular. Está muy bien pero, ¿no consiste la campaña en concitar a cuantos más ciudadanos mejor para explicarles el programa? Pues no: el sistema está tan pervertido que hasta los protagonistas principales quiebran sus formas para jugar a la política virtual, la que tiene a las redes sociales como escenario. Desprecian lo real, restan importancia al hecho como materia prima del mundo, degradan al votante a la categoría de follower y confunden un razonamiento con una frase ingeniosa. Por suerte, la inmensa mayoría de los ciudadanos todavía no ha caído en esa espiral de pensamiento menguado. Nótese, empero, la desazón con la que el autor incluye un adverbio de tiempo en la penúltima frase.
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