Marbella

Marichalar exigió chaqué a los fotógrafos de su boda por Jesús MARIÑAS

Álvaro de Marichalar
Álvaro de Marichalarlarazon

No se habían visto en otra parecida. Y si hasta la Casa Real tiene que imponer, o más bien recordar, imprescindibles normas de vestimenta para asistir especialmente a los actos del Palacio Real donde algunos colegas acuden deportivamente ataviados, esto de Álvaro de Marichalar pareció excesivo. Lo cierto es que los reporteros gráficos de «¡Hola!» tuvieron que calzarse respectivos chaqués –alquilados, claro, como muchos lo harán en el bodón del joven duque de Feria– para trabajar y que dio para treinta y cinco páginas. Eso, sí, apurándolo mucho.
Rafael Medina pide semejante etiqueta incluso a todos sus invitados, aunque también vaya exclusiva «bien pagá». De ahí el cambio del enlace en la Catedral bética o después la céntrica iglesia de El Salvador por el Palacio de Talavera, donde Catherine Deneuve le dio un beso a la figura yacente del fundador de la estirpe, mausoleo situado en la iglesia –nada de capillita como Cayetana en Dueñas, aquí la grandeza de España salta a la vista– para la película «Viridiana». Turulatos quedaron los compis en Soria no sólo por endosarse un atuendo que los convertía en semipingüinos. También porque el contrayente se saltó lo pactado de no dejarse ver y salió con la altísima Ekatherina al balcón de su casa. Sangre, sudor y hierro, que diría Machado. Y frío: cuentan que el progenitor mantenía el caserón dinástico sin calefacción y que por la casa iban con guantes tan incómodos como los reporteros con etiqueta «made in Cornejo».
Y puestos a escribir sobre la familia, vamos con Jaime. La otra noche, en la restringida cena parisiense de Loewe, se volcó con Isabel Preysler. Quien fuera duque tomó muy en serio su cometido de casi anfitrión y se convirtió en su «Chevalier servant». Dejó asombrada a la concurrencia con su atención hacia ella, incluso superior a lo que exige su sueldo. Pero él es de la vieja escuela, educado con protocolarias y rígidas normas sólo atenuadas por doña Concha, que es pura ternura y modales «Ancien Regime». Atento, pareció evidenciar lo mucho que admira a la que su suegra, Charo de la Cueva, bautizó como «la china». En cambio, Preysler se llevaba bien con su suegro Papuchi.
El caso es que el ex duque se desvivió por darle a la señora Boyer gustos y caprichos. Tanto, que dio que hablar. Y hasta para malpensar, se necesitan ganas de entrometerse. El tema coleará esta noche cuando Cayetano presente el nuevo perfume Loewe bautizado antes del verano en Marbella.