Raza y coraje rojiblanco

El fallecimiento de Juan Carlos Arteche (Maliaño, 11-abril-de1957) conmocionó ayer a la familia rojiblanca. El «rape», así le bautizó su paisano y compañero Pacheco cuando llegó a Madrid, estuvo diez años en el Atlético y jugó 308 partidos de Liga, en los que marcó 18 goles. No jugó más porque la llegada de Jesús Gil a la presidencia acabó con su carrera como futbolista. Las desavenencias con el «ostentóreo» presidente terminaron en el juzgado y Arteche dejó el fútbol por la puerta de atrás y de forma silenciosa. Tenía 32 años y atrás quedaba un pasado lleno de anécdotas y emociones en defensa de unos colores con los que se identificó muy pronto, recién llegado de su Cantabria natal.

Sin renunciar a su cuna racinguista, Juan Carlos se convirtió muy pronto, y más con el paso de los años, en un referente para los aficionados rojiblancos porque encarnaba dos virtudes esenciales: raza y coraje. Eso le permitió ser un defensa aguerrido, duro, valiente, al que no le importaba partirse la cara –eso le ocurrió literalmente en un par de ocasiones- por el Atlético. Y la afición se lo agradeció con apoyo y Miguel Muñoz con la Selección. Arteche, sin ser un dechado de técnica, fue cuatro veces internacional. Debutó contra Rumania en Sevilla en noviembre del 86, y en el segundo partido con «La Roja» marcó un gol a Albania. Para él, para su mujer, Rosa, y para sus amigos fue lo máximo.

Decía ayer su amigo y ex compañero Juan Carlos Pedraza, que hace unos meses le comentó que «no le importaría tomarse un café con Jesús Gil». Gesto noble, de un corazón grande en donde hay hueco para el perdón. Él, que en el campo no perdonaba a nadie.