OPINIÓN: Odio el pop

Pero, como consecuencia de esta aceptación generalizada, el pop se ha convertido en el paradigma de la mercantilización sufrida por el arte a lo largo del último tramo histórico. A fuer de estar presente en toda colección que aspire a adquirir cierto status de primacía dentro del arte contemporáneo, ha trascendido como una propuesta más de cuantas ayudaron a cuestionar la ortodoxia modernista para convertirse en elemento de legitimación social.

No hay museo de arte contemporáneo en el que el visitante no se tope con la sala de turno dedicada a la obra de Warhol, Lichtenstein, Oldenburg, etc. Se trata de un lugar revisitado hasta la saciedad que, debido justamente a su carácter previsible, ha terminado por convertirse en insoportable y soporífero. Odio el pop, lo reconozco. Es algo superior a mí. Para ser sinceros, me produce el mismo efecto que el impresionismo: constituye un arte de consumo rápido entregado como un esclavo a la visión, lo suficientemente seductor como para que no exista espectador que se le resista. Sus artífices son auténticos maestros del marketing, con un olfato especial para detectar, a cada momento, el «punto g» del imaginario colectivo y perfilar los trazos gruesos de una iconografía abrumadoramente exitosa.

En una entrevista concedida a este diario, y ante la pregunta clave de si, en su opinión, el arte debería comportar algún elemento crítico, el propio Alex Katz señala: «En absoluto. De ninguna manera (…) La pintura es un medio de huir». Y, claro está, ¿hasta cuándo vamos a comportarnos como fanáticos ante una forma de entender el arte tan egoísta, diletante y antisocia que todo lo resuelve en una mera cuestión de vacía problemática formal? Intolerable.