Ciclismo

Italia

Nibali mete miedo a Contador

 La etapa de tierra deja más polémica que lucidez en la jornada que Peter Weening se alzó con el triunfo y la 'maglia rosa' y Nibali atacó a Contador en el descenso del Fighine, pero el madrileño pudo sobreponerse y, como el resto de favoritos, entrar compactos, juntos y enteros en Orvieto.

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Orvieto es una plataforma elevada entre las colinas de la Toscana, la tierra más mística, más romántica y más maravillosa de Italia. Una roca que se quedó colgada del piso por la explosión de los volcanes. Así, escupiendo fuego esta el mundo del ciclismo. Arde con la seguridad de los ciclistas como incógnita desde que Wouter Weylandt se mató en el Passo del Bocco hace tres días.

Desde Orvieto, la roca en medio del infinito paisaje verde se ven las colinas de la Toscana, los viñedos y los cipreses. En el paladar, un sorbo de 'chianti'. En los dientes, una 'bistecca fiorentina'. Sabores de la Toscana más pura. Eso es lo que quiere el ciclismo. Proeza, epopeya y gesta. Y humanidad a la vez. Ciclistas que se retuercen en rampas aptas para practicar la escalada tras 200 kilómetros de etapa y que, al mismo tiempo de ser héroes, sean limpios. Puritanos.

En Orvieto, el ciclismo volvió a la vida después de la desgracia. La música volvía a sonar y con ella llegaba el 'sterrato', los tramos de tierra tan espectaculares como peligrosos. Tan esperados hace unos días como inoportunos de repente.

Por los 19 kilómetros de tierra, suspiros y nervios, se contenía la respiración. Más como medida de supervivencia que por el miedo pues la polvareda apenas dejaba ver, imposibilitaba respirar a ochenta kilómetros a la hora. Nibali, un gustazo de ciclista que tan pronto se mete en el podium del Giro siendo gregario de Basso, con el dorsal tomado cinco días antes y sin saberlo, gana la Vuelta a España a golpes de inteligencia o ataca en el descenso del Poggio en la Milán San Remo, se encendió también bajando la Crocce di Fighine.

Le soplaron sus compañeros que por arriba, en la pancarta de la tachuela de tercera con suelo de tierra Alberto Contador había pasado retrasado y el tiburón -así le llaman sus 'tifosi'- sacó los dientes. A morder. Sabe que si quiere ganarle este Giro al madrileño tiene que ser cuesta abajo y no espera al Zoncolan o a los Dolomitas. Ni siquiera al Etna, su casa. "Sabía que no iba a ningún sitio". Y aún así probó. Caníbal

En el tobogán del Fighine, entre piedras y polvareda surgió el tiburón. Maestría y belleza mezcladas en un ataque soberbio. Sólo él podía ver lo que había por delante pues levantaba tras de sí la tierra a su paso. Tiburón hambriento. Poco podía a hacer a casi treinta kilómetros del final y con los favoritos reagrupándose por detrás pero miró a su zaga y nadie le seguía.

Se creció. Abrió la boca y mostró sus dientes. Arriesgó hasta el límite, "quería probar las ruedas", decía cruzada la meta bromeando. Lo que de verdad buscaba era catar las piernas de Contador, meterle miedo en el cuerpo para lo que llega, pues del Giro solo se habla y escribe de la montaña y la dureza pero todo lo que sube, tiene que bajar, concibe Nibali aferrándose a la esperanza de llevar a los confines a Contador.

Ahí, al punto del desequilibrio llegó el italiano al rozar el borde de la carretera. Entonces decidió dejar de arriesgar. Con el descenso acabado pronto el 'Squalo' fue neutralizado por Garzelli, Scarponi, Menchov, Sastre, Purito. Y Contador. Todos juntos tras el peligro de la tierra. Del invento que el año pasado Zomegnan propuso en la genial etapa de Montalcino.

El orbe se convirtió en barro como regresar a la época de los héroes con la cara borrada por el barro. Ciclismo en blanco y negro con pedaladas hacia atrás. No es así ya pues en la evocación, como la vida y aunque lento, evoluciona. Sigue dando sustos. Otra vez el Giro se quedó sin respiración. Cayó Tom Slagter a diez kilómetros del final cuando intentaba coger un bidón a un auxiliar del Euskaltel. Se despistó al estirar la mano y no llegó a ver que su rueda rozaba con la del ciclista que llevaba delante. Afilador. Silencio tronado en un vuelco al corazón hasta que se vio al holandés del Rabobank moviendo los brazos.

Para entonces su compañero Peter Weening ya volaba hacia la victoria de etapa y el rosa de Orvieto. A su ataque no se pudo reprender a pesar de las erupciones de Michele Scarponi primero y David Arroyo después en el explosivo final. También lo intentó Mikel Nieve. Tarde. El resto de favoritos no dejaron de mirarse. Scarponi a Contador. Contador a Nibali. Todos juntos después de salir del inframundo de las tierras de la Toscana.