Andorra

Emmanuelle deja vacío el sillón de mimbre

Sylvia Kristel construyó un mito erótico que impregnó las pantallas durante varias generaciones. Una imagen llena de sensualidad que no se correspondió con su vida, atormentada por los hombres y las drogas

Inolvidable en la mítica escena sobre el sillón de ratán
Inolvidable en la mítica escena sobre el sillón de ratánlarazon

Ha muerto Sylvia Kristel, la estrella que encarnó el mito erótico de «Emmanuelle». Una película francesa que hizo época cuando los progres dominaban la tierra y peregrinaban a Perpiñán para ver el cine prohibido en España, como antes iban sus padres a Andorra a comprar Duralex. De aquella película escandalosa en la que Emmanuelle viajaba de París a Bangkok como quien recorre la distancia que media entre la inocencia y la madurez sexual, apenas ha quedado como metáfora viva de aquellos polvos un sillón de ratán trenzado, altivo como una cola de pavo real, conocido como el «sillón Emmanuelle». En los años 70, en cada casa chic había un Guernica y un sillón tailandés en el salón. Gracias a la inmensa popularidad del filme, ha acabado convertido en un icono del siglo XX. El resto es ya «petite histoire». Nostalgia de aquellos varones maduros que, al enterarse de la muerte de Sylvia Kristel, habrán subido al desván de los recuerdos a sentarse en su viejo sillón trenzado de ratán para recordar su sueños de juventud y pensar que la vida «C'est Comme un Cigarette», que cantaba Sylvie Vartan. Pues era en ese sillón donde Emmanuelle se masturbaba, dejando su impronta lasciva en ese fetiche generacional.

Basurilla «camp»
Just Jaeckin hizo una película gloriosa sobre una joven modelo que busca nuevas y excitantes experiencias sexuales en el entorno exótico de Tailandia, según el libro de Emmanuelle Arsan, una actriz tailandesa, casada con un diplomático francés, que fue quien realmente escribió el afamado libro erótico y firmó con el pseudónimo de su mujer. Fue publicado clandestinamente en 1959 por Eric Losfeld y de forma legal a partir de 1967 en una edición en dos entregas con el título de «Emmanuelle-La anti-vierge». El éxito internacional de la novela puede competir con el de la película, que permaneció en un cine de los Campos Elíseos durante trece años. El libro guarda similitudes con el clásico del sadomaso «Historia de O» (1975), de Pauline Reage, que el mismo director llevaría al cine con Corinne Cléry, anticipando las narraciones de iniciación sexual de jovencitas inexpertas dominadas por varones multimillonarios que tanto éxito están teniendo ahora, cincuenta años después, con «50 sombras de Grey».

«Emmanuelle» era una basurilla «camp» con pretensiones esteticistas y toques de «flou» que concitó entre la intelectualidad semiculta una discusión abstrusa entre erotismo fino y pornografía soez, sólo comparable con el enfrentamiento marxista entre mujeres clitoridianas y vaginales, del feminismo teórico. Lo mejor que puede decirse del filme francés es que tuvo la osadía de ir más allá del camarote de los Marx en la escena de la toilette del avión, en la que Emmanuelle y su ligue ocasional se contorsionan desesperadamente en el estrecho cubículo, consiguiendo que en la sala del cine de Perpiñán el público contuviera el aliento, temeroso de que lo pillara la azafata. Luego fue un clásico «a lo Emmanuelle» remedarlo en un vuelo intercontinental, y contarlo.

Fue una actriz holandesa que tuvo ese momento de esplendor efímero pero perdurable en la memoria de varias generaciones de reprimidos sexuales que pasaron sin solución de continuidad del erotismo de la señorita Pepys de «Emmanuelle» al porno duro de Linda Lovelace y su «Garganta profunda», disolviéndose la estrella fugaz de Sylvia Kristel en la nada del olvido, con su collar de perlas de tres vueltas, el pelo a lo «garçon», unos pechos diminutos como naranjas y esa lascivia adolescente que buscaba en un exuberante entorno tropical de resort tailandés experiencias sexuales extremas con mujeres arqueólogas y hombres maduros que acababan por enseñarle a ser una mujer de verdad: una madame.

Olimpo del erotismo
La narración literaria, como la película, tiene el toque de las fantasías eróticas masculinas: Emmanuelle es una lolita inexperta que se muestra desnuda sin prejuicios, asediada sexualmente por lesbianas lascivas, que se abandona en los brazos de fascinantes hombres mayores y caducos libertinos que la inician en el mundo de la droga y la pansexualidad. Y encubriendo las escenas más fuertes, como la violación de los dos tailandeses en el burdel, con un estético velo de sensualidad oriental. Toqueteos intranscendentes de revista de porno blando, escenas licenciosas y exotismo lujurioso componen el marco de la mística película que fascinó a la sociedad que salía del franquismo y se adentraba en la Transición democrática, realizada con la misma estética que hizo famoso al fotógrafo inglés David Hamilton y su almibarada «Bilitis» (1977), otro clásico del porno blando de los años 70. Si Brigitte Bardot había representado la amoralidad de la lolita caprichosa que se mostraba con impúdica sexualidad en sus películas, Kristel fue un paso más allá en la explicitud sexual.

La prohibición del filme en muchos países aumentó el morbo y lo catapultó al olimpo del erotismo para consumo de las clases medias internacionales, y a Sylvia Kristel al estrellato.
Gracias a Sylvia Kristel, el erotismo fino pero de «fuerte» contenido sexual se puso de moda y dinamitó las tabúes sexuales de la sociedad de los 70, que ya enfilaba de forma airosa el camino hacia la liberación sexual, hasta entonces patrimonio de la contracultura y las minorías sexuales. Pierre Bachelet, compositor y cantante de la canción de los títulos de crédito le puso música de java cadenciosa a esta película que alternaba la estética del «Playboy» con escenas sexuales en verdad brutales, adornada con una melodía pegadiza, en línea del «dabadabadá» de Francis Lai. La letra hablaba de amor, sexo e iniciación en un tono cursilón: «Tu es encore presque une enfant, tu n'as connu qu'un seule amant», cantaba Bachelet, mientras Emmanuelle conocía la purificación al final del filme. Final tanto de la película como de la carrera de Sylvia Kristel, que no pudo ir más allá de la franquicia y fue devorada por el mismo mundo que la convirtió en la máxima estrella del «soft core».