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Miseria por Idoia Arbillaga

La Razón
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Ayer estaba en un hipermercado español de renombre, haciendo cola ante una de las cajas, cuando delante de mí una mujer acercó los únicos tres alimentos que había escogido. Un potito para bebés, una barra de pan y un kilo de arroz. Por su indumentaria modesta y su aspecto humilde, deduje que compraba eso por ser alimentos básicos y fundamentales para su familia, alimentos «de crisis», carbohidratos para matar el hambre, y lo indispensable para el bebé. En efecto, sacó un monedero de diseño obsoleto y agujereado, y volcó unos tres euros en céntimos. Con gran apuro comenzó a contar los céntimos ante las miradas de todos los que hacían cola, nerviosamente, avergonzada y con aire triste. La cajera fue atenta y paciente, especialmente amable cuando, al contar ella misma los céntimos, descubrió que faltaban dos. La mujer movió nerviosamente los dedos hurgando en su viejo monedero, introdujo un dedo en el agujero y alzó el rostro compungido, con los ojos húmedos. La cajera le dijo: «No, no, no pasa nada»- pensé que ella misma repondría los dos céntimos. La mujer se fue musitando un doliente «gracias», arrastrando su miseria y su vergüenza. En ese instante se me llenó el corazón de cuervos húmedos y ácidos, al mirarla y pensar en las miles y miles de familias que, sin estar en la calle, viven así en nuestros días. Con hambre y mala alimentación, como en una posguerra. ¿Es ésta la próspera sociedad occidental que hemos construido? ¿De verdad no ha habido forma de hacer las cosas mejor? Hay más de un millón de viviendas nuevas y deshabitadas en España. ¡1 millón! Y millones de personas en la calle o sin poder comprar un piso. El desajuste es implacable; y la miseria avanza sigilosa.