Murcia

Provocaciones por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
La RazónLa Razón

Otrora los artistas, intelectuales y políticos solían recurrir a los mecanismos de la provocación para plantear alternativas al status quo vigente que permitieran plantear un escenario mejor, más plural y sensato. Había una necesidad de avanzar, de romper barreras que el radicalismo cultural, ideológico y religioso habían convertido en universales incuestionables. Se provocaba para agitar las conciencias, establecer puntos de disenso que rompieran la tediosa unidad de la experiencia. Valía la pena.

Pero, ¿y qué sucede ahora? Cada vez me sorprendo más de la naturaleza humana y su pulsión suicida, autodestructiva. En un momento como el actual, en el que más que nunca se necesita una apertura de miras y una capacidad para el diálogo inifitas, en el que los principios no cuentan porque –entr otras razones- nos han conducido hasta el final, hasta el abismo… en un momento en el que los extremismos deberían haber desaparecido de la vida pública, es entonces cuando la provocación se utiliza como la única solución frente a la agonía y la lenta muerte por inanición. ¿Por qué en este momento, por ejemplo, los vídeos y viñetas contra Mahoma? ¿A qué se debe que, a lo largo y ancho del mundo occidental, parezca extenderse ese espíritu gamberrete de «a ver quién la lía más gorda». ¿Hay alguna explicación que no sea la de ganar algo de notoriedad para ciertas publicaciones a costa de exacerbar las pasiones de los países islámicos y aviviar un conflicto que en cualquier instante se puede ir de las manos?
Quizás porque estimo tanto la libertad de expresión me enerven de tamaña manera las barrabasadas que se pueden llegar a cometer en su nombre. Y cuente que no soy de los que piensan que el sentido de la libertad debe ser necesariamente utilitarista –la libertad debe servir para hacer un bien que repercuta en la comunidad o en uno mismo. Por el contrario, admito que, en ocasiones, la libertad puede emplearse para nada útil, que no es difícil que llegue a adquirir un estatus retórico por el que ninguno de sus logros resultan aprovechables ni personal ni colectivamente. Pero sí que hay un límite dentro de esta inutilidad: y es que no se dañen los intereses ajenos. Que cada uno haga con su vida lo que le venga en gana, pero jamás, bajo ningún concepto, se puede arrojar contra el otro las frivolidades de nuestra libre expresión. Lo único que se demuestra con eso es una barbarie, una carencia de civismo y de unos valores básicos ciertamente preocupantes. 

 

Pedro Alberto Cruz Sánchez
Consejero de Cultura y Turismo