Granada
Si hubiera pasado en España
El terremoto, con el tsunami subsiguiente, que ha azotado Japón es susceptible de provocar las más diversas reflexiones. Voy a pasar por alto los temas trascendentales porque me da dentera esa gente que pregunta airada dónde está Dios en las calamidades después de que hace siglos que lo han echado a patadas de su vida. No. Ese tema no lo voy a abordar hoy. Más bien he dejado mi mente discurrir sobre la manera en que se hubiera enfrentado España con una catástrofe de esa magnitud. Si hubiera estado el PP en el poder, sindicatos, partidos de izquierdas, nacionalistas y terminales mediáticas se habrían embarcado en un «Nunca mais» a cara de perro culpando del terremoto y posterior tsunami a la derecha. Resultaría obvio, según los intrépidos manifestantes, que la responsabilidad total de las muertes –«¡Asesinos, asesinos!», gritarían por las calles a la gente del PP– descansa en esa derecha desalmada que permite, por ejemplo, que más de un cuarto de millón de liberados sindicales vivan de nuestros impuestos o que los titiricejas se mantengan no por su talento artístico sino de las subvenciones. Por supuesto, los ecolojetas cercarían las centrales nucleares para convencer a los ciudadanos de que son un peligro terrorífico que, por supuesto, no existe cuando compramos a precio de oro esa misma energía nuclear a Francia que tiene situadas sus centrales justo al otro lado de los Pirineos. Los nacionalistas catalanes y vascos señalarían que en situaciones así se descubre por qué la opción independentista es obligada y, acto seguido, exigirían –y conseguirían– que la parte del león de las ayudas públicas cayera en sus manos aunque fuera Granada la provincia más dañada. Si el desastre se produjera con un gobierno del PSOE nos ahorraríamos el «Nunca mais», pero la adjudicación de responsabilidades sería la misma y quedaría claramente establecido –a ser posible por algún hispanista anglosajón trincón y amante de las bebidas de elevado octanaje– que Franco ya abrió el camino al caos cuando no adoptó medidas contra posibles tsunamis, que Aznar comparte esa innegable culpa por haberse comportado igual durante sus ocho años de mandato y que no resulta pertinente recordar que el PSOE ha gobernado el doble de años que el PP. Además habríamos contemplado el espectáculo vergonzoso y vergonzante de esos periodistas que pululan por todas las tertulias y que no han leído un solo libro en más de treinta años relatando con dogmatismo pontificio la manera en que se hubiera podido parar la ola en el aire y cómo el gobierno –especialmente el del PP– no lo ha hecho. En todos y cada uno de los casos, habríamos asistido al desplome de centenares –quizá millares– de edificios; al asalto a los supermercados y comercios; al saqueo de los domicilios abandonados y a una incompetencia más que generalizada apenas paliada por ejemplos heroicos derivados del arrojo de miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, de bomberos, de militares y de ciudadanos de a pie. Con todo, esos ejemplos de abnegación no habrían evitado que sintiéramos hondo pesar por la falta de disciplina, orden y concierto manifestado por la población. Los terremotos y los tsunamis son un desastre extraordinario se mire como se mire, pero no es lo mismo que tengan como escenario Haití que el Japón. O, sin ir más lejos, nuestra querida España.
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