Roma

Un católico conoce a una ortodoxa por César Vidal

La boda exigió dos ceremonias religiosas y la apariencia de que la contrayente iba a adherirse a la Iglesia católica y dejar la ortodoxa

Un católico conoce a una ortodoxa por César Vidal
Un católico conoce a una ortodoxa por César Vidallarazon

El cambio de religión para contraer matrimonio ha sido un hecho habitual a lo largo de la Historia. Que la princesa Sofía se sometiera a la religión del futuro rey de España constituía, por lo tanto, un requisito comprensible. Comprensible, pero no fácil. Aunque la Iglesia católica y la ortodoxa son las dos confesiones cristianas más cercanas entre si, las diferencias no son ni escasas ni mínimas. A decir verdad, se extienden a los dogmas, la práctica religiosa, los sacramentos y hasta la estructura eclesial. Incluso disienten en aquellos aspectos que para un observador superficial son coincidentes, como puede ser el culto a las imágenes.

La Biblia contiene una prohibición expresa en el Decálogo de rendir culto a las imágenes (Éxodo 20: 4 ss), prohibición que mantienen los judíos y los protestantes. La Iglesia ortodoxa intentó obviar esa prohibición ya bien avanzado el siglo VIII limitándola a imágenes de bulto redondo e insistiendo en que lo que venera no son imágenes sino manifestaciones autorizadas –iconos– de realidades espirituales.

De ahí el parecido entre las manifestaciones iconográficas ortodoxas y que el que la Iglesia católica, para un ortodoxo, resulte idólatra ya que sus fieles se inclinan antes imágenes esculpidas que no son sino trasuntos de la realidad.

Esa distancia se aprecia también en sacramento tan importante como la Eucaristía. La Iglesia ortodoxa admite, a diferencia de la católica, a los fieles a la comunión bajo las dos especies, pero, por añadidura, no cree en la transubstanciación. A fin de cuentas, se trata de un dogma de 1214 definido de acuerdo con categorías aristotélicas, una circunstancia que provocó ya las críticas de Erasmo y de los reformadores. La Iglesia ortodoxa sí cree en la ingestión del cuerpo y la sangre de Cristo, pero no aborda el cómo tiene lugar tal metamorfosis y mucho menos la define de acuerdo con la Física de Aristóteles, como el catolicismo.

No es la única diferencia sacramental. La Iglesia ortodoxa acepta, por ejemplo, causas de divorcio como la recogida en el Evangelio de Mateo (19: 9) y también permite el matrimonio de los sacerdotes, una circunstancia tan claramente arraigada que llevó a la Iglesia católica a aceptarlo también en aquellos ortodoxos que, conocidos ahora como católicos de rito oriental, se integraron en su seno en el siglo XV. A día de hoy, los sacerdotes católicos de rito oriental siguen sin estar sujetos al celibato obligatorio.

También es distinto la dogmática relacionada con María. Aunque el culto es común y, en no escasa medida, se originó en Oriente, la iglesia ortodoxa no acepta los dogmas católicos de los últimos siglos como el de la Inmaculada Concepción –que fue negado expresamente por Tomás de Aquino– o el de la Asunción ya definido en la segunda mitad del siglo XX. Tampoco acepta ciertas apariciones marianas típicas del catolicismo.

Cismas y reconciliaciones
Ni siquiera la visión del más allá es plenamente coincidente en ambas iglesias. La doctrina del purgatorio no se encuentra en la Biblia, pero hallamos referencias a la misma durante la Edad Media. En torno al siglo VIII, la idea de que el alma debía experimentar una purificación previa a entrar en la presencia de Dios estaba muy extendida, pero no se hallaba del todo perfilada. Así ha permanecido en el seno de la Iglesia ortodoxa mientras que la Iglesia católica fue concretando los padecimientos de los que se hallaban en el purgatorio e incluso la posibilidad de evitarlos mediante un sofisticado sistema de indulgencias ausente de la iglesia ortodoxa y que – dicho sea de paso– provocó la Reforma del s. XVI en Alemania.

Sin duda, en la raíz de estas diferencias –la enumeración no es ni lejanamente exhaustiva– se halla una visión de la Iglesia que es notablemente distinta. La Iglesia ortodoxa se ha mantenido aferrada a un concepto que, partiendo del Nuevo Testamento, señalaba la independencia de las diferentes diócesis y su comunión no jerárquica sino espiritual. Se trata del sistema episcopal-conciliar que existía a inicios del siglo IV y que vemos, por ejemplo, en los grandes concilios ecuménicos de Nicea o Calcedonia. De acuerdo con ese esquema, el obispo de Roma puede ser más importante que otros y como a otros se le puede reconocer un primado. Sin embargo, éste ni es exclusivo ni mucho menos lo coloca por encima del resto de los obispos. Por supuesto, tampoco resulta admisible su pretensión de infalibilidad, un dogma definido en 1871 durante el concilio Vaticano I. Así, desde la perspectiva ortodoxa, el cisma lo provocó el papa al intentar atribuirse unos poderes que no le han sido entregados por Cristo y que han ido creciendo con el paso del tiempo.

Añádase a lo anterior los rencores y diferencias de siglos y poco podrá dudarse que para la Princesa Sofía pasar de la fe ortodoxa a la católica no pudo constituir un paso fácil hace cincuenta años.