Jaén

Caixa o faixa por José Clemente

La Razón
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El cuerpo doctrinal del nacionalismo catalán tiene como estación de partida un núcleo de verdades irrefutables, entre lo fantasioso y lo épico, que le sitúan más cerca de la leyenda que de las realidades políticas y económicas que rigen hoy, en pleno siglo XXI, un mundo moderno y contemporáneo a la vez que interdependiente y global. Nuestra solidez económica individualmente planteada, como la de todas y cada una de las naciones en todo el mundo civilizado, como en el que menos, ya no depende tanto de los actores sociales directos en los medios de producción, en los que se fundamenta el marxismo, como de los clubes (políticos, económicos, estratégicos, fiscales, de intercambio comercial, ideológicos…) a los que pertenece cada una de ellas, por eso vemos a veces, sin llegar a comprenderlo demasiado bien, como los países emergentes pisan los talones a los hasta ahora dueños del planeta. Algo muy gordo está cambiando en esas relaciones de dominio-explotación que invierte cada día más las reglas de juego, especialmente para aquellos territorios que siguen instalados en «quimeras ancestrales» trufadas de misticismo, como ese «Viaje a Ítaca» de Homero en la Odisea donde narra las peripecias de Ulises a su regreso de la Guerra de Troya y que tan formidablemente poetizó Konstantinos Kavafis, y al que recurre Artur Mas la mañana siguiente de la manifestación de la Diada, para evocar el camino soberanista emprendido por Cataluña desde su llegada al poder en noviembre de 2010.

El portazo de Rajoy a Mas el pasado jueves no era sino que la crónica de un desenlace esperado, bien porque el primero no podía ceder bajo ningún concepto a las pretensiones catalanas so pena de añadir más malestar entre los suyos, al tiempo que en el contexto económico de crisis en que se producían las hacía del todo imposibles. Lo contrario hubiera sido contraproducente, de una miopía alarmante y un suicidio político sin sentido alguno. Esa es la labor de un buen gobernante, es decir, atenerse a las leyes en todas sus consecuencias y no ceder al chantaje que desde Cataluña se venía haciendo de un tiempo a esta parte. Pero una cosa es no ceder a lo primero que se pida en algo tan sensible para todos los españoles y, otra bien distinta, el uso que se hace del portazo en las narices. Rajoy dijo que no, bien claro y bien alto, con luz y taquígrafos. Y punto final. Además, se ofreció a echar una manita a la mejora de la financiación catalana… ¿qué otra cosa puede pedir una comunidad que ha recibido 11.000 millones más que el resto?

Pero decía que una cosa es decir no al pacto fiscal porque choca frontalmente con la Constitución Española y, otra bien diferente, es hacer chanza de esa derrota, porque si Cataluña llega a ese extremo de pedir su independencia es que antes se le han cantado las alabanzas de un mundo mejor y feliz, un mundo soñado y nunca alcanzado, nada comparable a lo que se conoce hasta ahora, un mundo de libertades y sirenas en los estanques dorados del paraíso en la tierra que había elegido a Cataluña para instalar su parque temático, pero a lo bestia. ¡Ríanse de las Eurovegas madrileña! Y los sentimientos mueven el mundo, todo lo pueden y eso es muy serio y para nada debe sacarnos la mueca. Tienen todo el derecho a pedir lo que quieran, a soñar lo que les plazca, a trabajar por un mundo mejor que además sería el suyo, no el de los otros que están instalados en el error. Y el camino, el Viaje a Ítaca en boca de Mas, ya está emprendido y con las alas desplegadas. Cuidado, esto es muy serio y los catalanes, cuando funcionan todos a una, se crecen y se renuevan en su deseo. No en vano, son varios los centenares de alcaldes y miles los militantes de CiU, ERC, IC-V y hasta del PSC-PSOE que han escuchado esa llamada, que se han embarcado hacia Ítaca, aunque sepan que no exista y lo importante es el viaje mismo. Porque ahora lo que les importa es «caixa o faixa» (estar en el ataúd o estar en la faja). No en vano, también, la mayoría de sus instituciones han mostrado su apoyo al proceso, sin violencia, sin diatribas ni disparates y, todo eso, de la forma que se hace, gana adeptos si al otro lado del Ebro retruena la risa, la burla, la ofensa, el insulto y la pedrada intelectual. No, ese no es el camino. Dejémosles que lo descubran, con los límites que marca nuestro Estado de Derecho.

Al mito se le combate con la verdad, desnudándole de sus falsas creencias, combatiendo sus aberraciones históricas y culturales, porque con la fuerza sólo gana el odio y no se entierran las quimeras ancestrales. El ejemplo lo tenemos en la disolución de Terra Lliure y en los actos de los más radicales en el Fossar de les Moreres (foto de la imagen). Los primeros, tras el perdón y su renuncia ingresaron en ERC y llegaron a consejeros de la Generalitat, y, los segundos, cada vez son menos porque la violencia contra los símbolos españoles no la quieren para su propia simbología. A Cataluña se le combate con diálogo, confrontación pacífica y seriedad argumental, lo contrario es dar por perdida una batalla que acaba de empezar como el Viaje a Ítaca. Se le desarma con palabras, no con balas. Como ha hecho Rajoy, con una sonrisa en la boca pero indicándole a Mas donde están los límites.

Porque Cataluña y los catalanes deben saber que no son víctimas de una derrota en la Guerra de Sucesión de 1714 contra España, sino que dos casas reales en disputa se la querían repartir. Deben saber que la sardana no tiene mil años de existencia, sino que fue inventada el siglo pasado por un militar destinado en Jaén para contraponerla a otros bailes existentes en Cataluña. Deben saber que «Els Segador», himno de Cataluña, no fue el cántico de la revuelta de los campesinos contra los Borbones, sino un reconocimiento a Felipe V. Sabino Arana abominó de su obra en la senectud al ver el monstruo que había creado. El soberanismo de Cataluña se frena con la realidad, sin necesidad de recurrir al insulto, sobre todo porque tienen el legítimo derecho a pensar, creer, decir y hacer aquello en lo que crean o les guste. Porque viven en libertad, como el resto de españoles, nadie les expolia, como tampoco al resto de ciudadanos de fuera de Cataluña, y porque viven en un régimen de autonomía que ya quisieran algunos estados independientes o federados. La verdad, como el agua, no se puede dominar a gusto del consumidor, pero hay que ser inflexible en su defensa. De no ser así sembraremos la semilla de una discordia que los propios catalanes acabarán por resolver ellos solitos. Y las elecciones anticipadas son el primer paso.