Historia
Civilización por Ángela Vallvey
En 1919, en una Europa desquiciada por la guerra, Paul Valéry se lamentaba de todo lo que hay de perecedero y amenazado en la civilización. «Sabemos ahora que somos mortales», decía, como si hasta entonces nadie hubiese reparado en esos mundos enteros antaño desaparecidos, «Nínive, Babilonia… imperios hundidos con todos sus hombres (sic) y todas sus artes… en el fondo inexplorable de los siglos». Como si, hasta la I Guerra Mundial, casi nadie se hubiese dado cuenta de que «las cosas más bellas, las más antiguas y las más formidables y las mejor ordenadas son perecederas por accidente». Escribía Valéry que nunca se había leído tanto y tan apasionadamente como durante la Primera Gran Guerra, y que tampoco nunca se había rezado tanto. Las gentes buscaban refugio a su ansiedad y a la pesadilla de la realidad. Y la esperanza, decía Valéry, «no es más que la desconfianza del ser ante unas previsiones concretas de su espíritu». Al ver cómo Europa se hundía en la guerra y la depresión económica, los intelectuales de la época, los pocos que quedaban después de generaciones masacradas en el campo de batalla, eran conscientes por primera vez de la fragilidad de aquellas «ciudades-espectros, ciudades en ruina» en una Europa que volvería a verse «asolada y sangrante», en palabras de André Malraux tras la II Guerra Mundial.
Sin embargo, Europa logró resurgir de sus cenizas ensangrentadas y ofrecer a sus ciudadanos décadas de paz y prosperidad. Y, sin embargo, hete aquí que de alguna manera Europa ha vuelto a la casilla de salida. El Viejo Continente consiguió superar con osadía su pasado, enterrándolo como otra civilización antigua en las trincheras de la Primera Gran Guerra, en los campos de concentración de la Segunda. Y saldrá también de ésta. Aunque no sabemos cómo.
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