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La deriva del nuevo Egipto por Fiamma Nirenstein

La Razón
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El mundo europeo y americano, tras declararse culpable de todo, desde no entender nada a no haber sido capaz de prever las revoluciones árabes, intenta un atajo peligroso: considerar a los Hermanos Musulmanes, los grandes ganadores de las revueltas, socio solvente, abierto y hasta moderado. De ahora en adelante estará presente en los encuentros internacionales, entendiendo que el mayor deseo de sus representantes políticos y sus funcionarios es poner en marcha un nuevo «Plan Marshall» que traerá la democracia.

Que se esté ayudando a que venga la Primavera Islamista tras la Primavera árabe, no importa. El resultado, nos decimos, serán unas relaciones cordiales con intereses petroleros a corto plazo y morales a largo plazo. Pero es un autoengaño: los Hermanos Musulmanes no van a cambiar, no se van a dejar seducir, no se van a escindir. Y es una fuerza cuya trayectoria aconseja prudencia, con trato de amigo y enemigo alternativo que no ha perdido de vista nunca el objetivo del califato global. Lo mismo que en 1938 repetía su fundador Hasan Al Bana: «Alá es nuestro objetivo, el Profeta es nuestro líder, el Corán es nuestra ley, la yihad nuestro camino, morir por Alá nuestra esperanza». Yussef Al Qaradawi, el clérigo de cabecera de aquellos blogueros de la Plaza de Tahrir, es el que decía que en plena guerra de Irak, los musulmanes tenían la obligación de matar estadounidenses. Hamas acaba de ratificarse en la necesidad de asesinar a todos los judíos y combatir al Occidente cristiano, y promete masacres que confirman los fieles o las ramas de la Hermandad (como Al Qaeda) o los principales terroristas: desde Bin Laden a Ayman al Zawahiri, pasando por el cerebro del 11-S Jalid Sheij Mohamed, el iraquí Anwar al Awlaki, o el difunto jeque Yasín. ¿Qué espera Europa? La victoria en Egipto, con el 75% del Parlamento entre los Hermanos y los salafistas, el triunfo en Túnez (con Enahda), en Libia, donde Al Qaeda acecha, o la de Yemen, dispuesta a combatir en Jordania y en desesperada batalla contra el dictador sirio Asad; sabiamente dedicada a la diplomacia con Turquía mientras se hace con el eje del creciente chiíta de Irán, Siria, el Líbano y hezbolá. Arabia Saudí está encantada. El sentimiento de culpabilidad, tras décadas de apoyo a los sátrapas árabes, nos obliga ahora a ayudar a una fuerza que impone el velo a las mujeres y que aplasta la pluralidad política.

 

Fiamma Nirenstein
*Periodista, escritora y política italiana